diciembre 13, 2009

TOTAL SILENCIO



Vamos de vuelta a mi casa después de haber estado trabajando como cerdos bajo el sol. Mi hermano al volante, como siempre. Hace días que la radio del coche no funciona, al parecer hay un falso en la bocina porque suena cuando le da su regalada gana. El viaje es una tortura sin música, dice mi hermano y eso lo pone de mal humor. Viene mentándose la madre con todos los automovilistas y acelerando para que ningún coche consiga adelantarlo, es absurdo, pues está lloviendo tan fuerte que ningún auto avanza más de tres metros.
A mí, la verdad, me importa un pito si suena o no música. Siempre traigo un libro en la guantera. Enciendo la lucecilla del carro, me recuesto en el asiento y ya está, es como si penetrara en un mundo ajeno sin necesidad de moverme del asiento. Pero hoy no logro conseguirlo. Abro el libro de Etgar Keret, leo el título de uno de los cuentos: Mi hermano está deprimido y, aparte de eso, ninguna palabra es procesada por mi débil cerebro. Estoy pensando intensamente en ti, y aún así, vengo con la mirada fija en esa cantidad de palabras que mis ojos, en una suerte de lector de barras, consiguen registrar.
Estoy pensando en que pude haberte dicho lo mucho que te amo, que soy un imbécil por no haberte detenido en la puerta de tu casa antes de que entraras y tragarte a besos, que algún día te aburrirás de mi poco ingenio y me mandarás al diablo con una sonrisa maliciosa y pienso que cuando eso suceda, me volaré la cabeza para que te sientas culpable.

Ha dejado de llover. Mi hermano baja la ventanilla del auto, así será más sencillo recordarle a los demás conductores que son unos hijos de puta.
Pienso que sería excelente escribir un cuento sobre ti, uno que te dejara boquiabierta, uno que sintetizara todas aquellas cosas que siento por ti y que, simplemente, no puedo decirte a los ojos. No por cobarde, sino porque aún no comprendo del todo nuestra relación, porque no te has cansado de decirme que sería un grave error enamorarnos, y yo, como siempre, el más estúpido, caí tendido, como rebelde en el paredón, a tus pies. Pienso que mañana será diferente, llegaré y te tomaré por la cintura, acercaré tu cuerpo al mío, mi rostro al tuyo, para sentir el cálido aliento penetrar por nuestras narices y te diré que te amo tanto que por mí pueden irse al carajo todos los demás. Pienso en estas cosas y me pongo contento, pero la verdad es que son los mismos pensamientos de todas las noches.
Mi hermano viene en el carril central, el embotellamiento se ha aligerado después de la tempestad. De pronto, un auto pasa justo al lado nuestro, viene como propulsado, de hecho, no alcanzo a verlo, sólo escucho el gruñido del motor y veo el agua del charco levantarse como un tsunami, entrar por la ventanilla de mi hermano y empaparlo hasta las rodillas. Acelera, intenta alcanzarlo mientras despotrica madre y media y en cuanto logra emparejarse, parece comprender todo. Sube la ventanilla, baja la velocidad y se queda en total silencio.

diciembre 11, 2009

REFUGIOS

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Hoy amaneció todo con tristeza. El sol oculto tras las turgentes nubes grises. El viento va de un lado a otro, como si estuviese perdido en medio de un gran vacío. Desde la ventana de mi recámara, sólo el cielo, los muros y las sombras se contemplan. Pareciera una inmensa obra viva de mono-ha, aunque en la evocación difiere, ésta transmite una quietud aparente, pues la concomita un aroma de nostalgia y de tensión un dejo.

Por las paredes de mi casa se filtra la intimidad de mi vecino que, con un free jazz, destroza al mutismo doliente. Lo imagino con su pipa, aspirando ininterrumpidamente, sorbiendo, de vez en cuando, un seco whisky o un París de noche. Quizá esté detenido en el marco de su ventana, sumido en introspecciones. Me pregunto quién será el que desenvuelve esas hermosas síncopas. Sea quien sea, mantiene una atonalidad abstracta casi surrealista.

El día parece decaer más mientras escribo, una leve llovizna golpea las copas de los árboles, vilipendiando al silencio de nuevo. Pese a los esfuerzos de soslayar la melancolía ambiental, mi vecino y yo nos perdemos en la vaguedad, el afligido y cansado tiempo nos sigue devorando, mientras la lluvia cae sobre las calles vacías.

Israel Ahumada
Octubre 2007, México

noviembre 18, 2009

PÁGINA

No tienes ni puta idea de lo hermosa que eres. Lo digo en serio. Tú has visto a muchas mujeres y hombres bellos tocándome, no tengo por qué mentir. El destello de eternidad en tus ojos, profundos e inolvidables, me han hecho sentir peor que basura, terca y sucia ¡Y esa manera de poner tus manos sobre mí, como si fuera pieza única! ¡Te odio, te odio con todas mis fuerzas, por la crueldad a la que me sometes, por que haces dude de mis palabras y eso… eso confirma que mi existencia es banal e inútil!
¡Si tan sólo fuera un hombre, aún más inolvidable que tú y amarte hasta la tumba! Pero no, estoy hecho de ideas y miedos. Lamento, como no te imaginas, tener un punto final y saber que, tarde o temprano, dejaras de leerme y me botarás aún antes de haber dicho te amo.



DE RISAS Y FURIA

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Un 5 de mayo de 1998, aún lo recuerdo bastante claro, Gabriel me invitó a una cabaña que su tío tenía al interior de un bosque, en Pachuca, Hidalgo. En primavera era un lugar espectacular, lleno de florecillas amarillas. Donde los enverdecidos troncos de los árboles, la enormidad y profundidad del cielo y la armónica acústica del silencio tenían una presencia acosadora, será que siempre, pase lo que pase, se mantienen imbatibles ante el tiempo, estoicas frente a su voracidad, El caso es que uno se siente golpeado por una paz y una quietud paradójicamente violentas. El estatismo puede llegar a ser agobiante.
Nos levantábamos alrededor de las seis de la mañana y, a partir de ese momento, cada minuto transcurrido parecía contener diez más, y cuando tú creías que habían pasado tres horas, resultaba que sólo una y media había corrido. Sin mucho que hacer, creamos un grupo civil (de dos) destinado a depurar el bosque, esto quiere decir que en nuestras manos yacía la enorme responsabilidad de elegir, entre toda la fauna, a los únicos miembros de las múltiples especies que merecían vivir. Me guardé dos puños de piedras en los bolsillos de la sudadera, esperamos a divisar a algún animalillo y cuando por fin ubicamos a una ardilla, fue un pedo ponernos de acuerdo en si era apta para este mundo o un error su existencia, decidimos que los únicos aptos eran aquellos que, orientados por una intuición extraordinaria, no se nos pusieran enfrente, ese sería el único indicio de un animal inteligente, nuestro parámetro para distinguir a los bichos aptos de los no aptos. Concluido esto, saqué un par de piedras y cuando estaba listo para lanzarlas, el abrumador eco de un disparo me sobresalto. Gabriel le había volado la cabeza a la ardilla de un tiro con una pistola que tomó de su tío. Eventualmente, aquello se convirtió en la masacre más brutal que yo haya vivido. No hubo manera de persuadir a Gabo de que dejara en paz a los pobres animales. Una carcajada aterradora concomitaba cada uno de sus disparos, se retorcía y hasta lloraba de risa. Una vez que asesinó a la señora ardilla, algo en él se despertó y, desgraciadamente, jamás volvió a dormir.

Hace un par de días, en el periódico local, salió publicado, en primera plana, la detención de Gabriel y cinco hombres más acusados de dar muerte a más de doscientas personas. En menos de lo que canta un gallo, mi mejor y más grande amigo se hizo famoso por despiadado. Yo, evidentemente, no tenía la menor idea de que fuese un sicario, pese a que pasábamos juntos gran parte del tiempo, sin embargo no lo dudaría. Gabriel es un sociópata, un verdadero hijo de puta. A todo esto, mi madre ha estado insoportable desde la detención. Esta convencida de que en algo estoy involucrado, no para de llorar, de preguntarme si yo he asesinado, si trafico drogas o poseo armas.
Anoche, mientras estaba perdido en el quinto sueño, alguien irrumpió bruscamente en mi recámara despertándome. Pensé en un grupo de policías armado corrompiendo la placida monotonía de mi hogar por algún comentario imprudente de Gabo, una coartada o algo así. Pero no, era mi madre.
-Por Dios Santo, hijo, no puedo soportar más esto- decía, sorbiendo los mocos, envuelta en un camisón de franela como un tamal mal amarrado.
-Carajo, madre, son las tres de la mañana ¿puedes hacerme el favor de largarte?
-¿Qué he hecho yo para criar a un monstruo asesino?
-¡Cállate y déjame dormir!
-Dime, hijo ¿has matado… a cuántos? Habla, sólo así podré ayudarte
-¡Con un demonio!- grité, me puse de pie y me acerqué a ella en un tono amenazante -¿en verdad crees que soy un maldito criminal?- A cada paso mío, mi madre retrocedía, con las manos entrelazadas, a guisa de rezo.
-¡Por favor, hijo, no me hagas daño!
-¡Contéstame! ¿Por qué te haces para atrás?
-¡No, detente…!
-¿Me temes? Soy tu hijo, con una chingada ¡ven y contéstame!
Habíamos ya salido de mi habitación, mi madre, con un verdadero terror, me dio la espalda y entró corriendo a la cocina.
-Si no te detienes, Santiago, llamaré a la policía
-¡Cállate, cállate! ¿Por qué me haces esto?
En mi interior, una fuerza incontrolable comenzaba a gestarse, un impulso irreversible calentaba mis venas, como un motor que es forzado antes de arrancar el auto. Mi madre, arrinconada detrás del frigorífico, me recordó a la ardilla y a los desdichados animales que despertaron en Gabriel su instinto asesino. Tomé un cuchillo por el mango, lo acerqué a su rostro y en un murmullo le dije:
-No me obligues a atravesar tu pútrida carne de res ¿entiendes?
Ella, se limitó a mirarme incrédula y a asentir con un torpe movimiento de cuello, empequeñecida detrás del refrigerador. Una risa incontrolable me invadió el resto de la madrugada.

FOTOGRAFÍA: TRIALUCÍN

noviembre 17, 2009

A LAS ESCONDIDAS



1° Lugar VIII Certamen de literatura La Infancia en la guerra, Sevilla, España

Las cosas no son iguales desde que Mohamed se fue. Ahora no tengo con quien jugar a las escondidas, aunque con Bola lo he intentado, pero los perros son malos para esconderse y sólo encuentran las cosas que desean. La última vez duré toda la tarde encogida detrás de los sacos de harina, esperé tanto que caí dormida; cuando desperté, Bola había hallado la manera de abrir los gallineros, estaba tragándose la gallina favorita de la abuela, con los colmillos clavados en el cogote y sangre en el hocico, como los bigotes que la leche caliente deja, había otra corriendo decapitada, pidiendo auxilio con las alas desesperadas. Unas brincaban asustadas y el resto se apretaban dentro del gallinero, para evitar ser devoradas. Tenía que regresarlas a su sitio, limpiar la sangre, recoger las plumas y asegurar las puertas antes de que alguien llegara. Mejor que creyeran que se había perdido a que supieran que Bola se la comió. Apenas comencé, escuché voces en la puerta, demasiado tarde, pensé. Corrí a las piernas de papá.
- ¡No le hagas daño! De no haberme quedado dormida no hubiera pasado, pero te juro que no volverá a hacerlo.
No era la primera vez que sucedía, la madre de Bola un día lo hizo y papá la mató, para desquitar a la gallina. Le partió el cuello de un solo golpe con el hacha. Dos noches enteras lloró Bola.
- ¿Qué sucedió, porqué lloras?- Me preguntó papá.
Alcé el brazo hacía las gallinas y las miré.
- No te preocupes- fue lo único que dijo, pero qué extraño me sonó.
- ¿No vas a darle ni una patada al perro? ¡Imagina lo triste que están las demás gallinas y la abuela, pobrecita, era su favorita!
Fui hacia el asesino de gallinas y le dije, enojada
– ¡Haz matado a la gallina favorita de la abuela, no mereces nada, desde ahora ya no serás mi amigo!- pero, claro, Bola no hacía caso, seguía saboreando la sangre emplumada de sus bigotes.
El día en que la gallina de la abuela murió, fue el día en que Mohamed no regresó. Desde ese día las cosas han ido cambiando. A papá parece ya no importarle nada, nunca grita, no contesta, no come, apenas se levanta al baño, ni siquiera muchas veces, tampoco ha ido a trabajar.
Mohamed era dos años mayor que yo, tenía 12 y aunque había días en que me molestaba demasiado, sólo una vez me pegó. Estaba jugando con Bola y llegó a patearle con sus amigos, me enojé tanto que les lancé piedras y una le dio en la mera cabezota, corrió atrás de mí, me alcanzó en la puerta de la casa y me tiró de una patada, papá salió en ese momento, lo vio, le asestó una bofetada que hasta a mí me dolió y le prohibió volverme a pegar. A los pocos días ya estábamos jugando a las escondidas.
Papá nos prohíbe salir de la casa por que con la guerra es peligroso, pero la abuela nos saca una vez a la semana con cualquier pretexto. La guerra lleva mucho tiempo, desde antes de que naciera Mohamed. Hay algunas noches en que los balazos no dejan dormir y nos acostamos con mucho miedo. La abuela dice que eso nunca va a terminar, los kurdos estamos condenados a vivir así, pero a mí me gusta la aldea, los días en que los soldados descansan de matarse, se escuchan los pájaros desde los Montes Zagros. Mi pueblo se llama Du Bes, en el kurdistán irakí. A unos pocos kilómetros de la casa atraviesa el Éufrates, ahí vamos a bañarnos o a lavar ropa. Mohamed, Bola y yo jugamos siempre que vamos. Yo espero que algún día conozcamos la tranquilidad, pero la abuela dice que eso nunca va a suceder. Ella sabe mucho de todo.
Los sábados son los días en que vamos al Éufrates. Ahí se reúnen la mayoría de las mujeres del pueblo, y también nuestros amigos. Es de los sitios más bonitos que conozco, el agua es clara como un trozo de cristal, a través de ella se miran los peces nadando. Si te paras justo en medio y miras hacia el fin del mundo, se ve cómo el camino va cayendo; a lo lejos, hasta donde tus ojos te permiten ver, el mundo da vuelta. Por las noches, sólo dos veces he estado ahí de noche, el cielo se tupe de puntitos blancos, es imposible contarlos, lo he intentado pero las estrellas fugaces siempre me distraen, y volver a empezar es aburrido, mejor las miro hasta que el sueño me va ganando.
El único que ha estado algunas noches ahí es Alí, el mejor amigo de Mohamed, a mí no me cae tan bien porque siempre le dice a todos qué hacer. Alí es un niño mentiroso. Dice que las noches que ha pasado en el río, llegan un par de peces gigantes, enormes como las piedras de la montaña, cantan con voces hermosas, pidiéndole al cielo por nosotros y desaparecen como llegaron. Según él, por eso el Éufrates es el sitio más seguro, los peces nos protegen
Si los peces enormes existieran, nosotros conoceríamos la tranquilidad, pero eso nunca va a suceder. La abuela me lo dice.
- Eres un vil mentiroso- le digo a Alí cuando intenta engañarnos con sus historias- yo he pasado dos noches en el río. Las estrellas nos miran inmóviles desde el cielo. Nos cuidan el sueño a mí y a los peces, porque ellos han de dormir y jamás ha aparecido nadie.
- Eso es porque tú no tienes fe en ellos. Yo tampoco sabía que existían, pero mi padre me contó acerca de ellos y ahora, cada vez que voy, los veo.
- Ha de ser fantástico. Algún día los he de ver- dice Mohamed, encantado por las mentiras de Alí.
- Demuéstranoslo- le digo, sólo para ver si acepta que ha mentido.
Jamás ha podido demostrar las cosas que dice, siempre se niega ha hacerlo. Excepto una vez.

Cuando los soldados americanos vinieron al pueblo, todos se sintieron felices. Llegaron con la promesa de que todo iba a cambiar, nos dijeron que estaban aquí para liberarnos del mal, de la opresión y los castigos que el gobierno de Irak había cometido injustamente sobre nosotros. De la guerra yo no se mucho, pero la abuela me lo cuenta. Papá se enoja con ella, le dice que yo soy muy pequeña para saber esas cosas, pero la abuela dice que eso no importa, pequeña o no, la guerra me afecta igual que a todos y por eso debo saber qué es lo que sucede, además la abuela confía en que si desde pequeña me entero de las injusticias que el pueblo kurdo ha sufrido durante la historia, de grande podré ayudar a la gente del pueblo, algo así como la defensora.
A mí me gusta que la abuela me cuente la historia de Kurdistán, si no lo hace, yo se lo pido.
Hace bastantes años, sucedió la peor tragedia que Du Bes recuerde. Mohamed aún no nacía, mis padres no eran esposos y el abuelo seguía vivo. Según dice la abuela, todo ocurrió porque las tropas peshmerga* se aliaron al ejército iraní para atacar al gobierno del presidente Husein. Éste se sintió traicionado y lanzó un ataque que duró dos semanas contra el pueblo kurdo: La operación Anfal, sin importar quienes eran guerrilleros y quienes no, es más, no les importó si eran niños, madres o ancianos, los soldados mataron a todos los pueblos, liquidaron aldeas enteras y quienes lograron sobrevivir fue porque huyeron a tiempo a las montañas.
La abuela dice que murieron miles de personas sin merecerlo. Los cadáveres de hombres y mujeres jamás los encontraron, pero un habitante del pueblo, Muhamad Mustafa, junto a otros dos encontraron casi 200 esqueletos de niños. Había huesos de bebés que tenían semanas de nacidos y, también, de 3, 4 y hasta 12 años, como Mohamed. Como los cuerpos encontrados estaban amontonados, decidieron darles un entierro a cada uno, los trajeron a Du Bes y los enterraron justo aquí. La matanza todo el pueblo la recuerda como la tragedia de los santos inocentes de Du Bes.
Desde ese día, dice la abuela, el miedo se apoderó de todos como si fuese una parte más del cuerpo, no era algo que sintieran, sino que sabían que traían consigo, como los brazos o el cabello. También fue el día en que la abuela supo que jamás conoceremos la tranquilidad, dice que es una suerte que conozcamos la palabra, pero por poco ni la palabra tranquilidad nos sonaría.
Hubo una ocasión en que la abuela, y el pueblo entero, creyeron que las cosas mejorarían. El día que los soldados americanos llegaron al pueblo. Ellos decían que venían a rescatarnos, pero poco duró el encanto. Recuerdo que hasta papá nos dejó salir un rato a jugar fuera de casa, nos reunimos con Alí y salimos en busca de una aventura. Yo propuse jugar a las escondidas, pero ese juego sólo nos gustaba a Mohamed y a mí, el problema es que la mayoría de las veces sólo podíamos jugar dentro de casa y, como es muy pequeña, todos los lugares donde uno pudiera esconderse, el otro ya los conocía. Después de un rato, Mohamed y yo regresamos a casa, después de todo, nos divertíamos más adentro.
Por la tarde, Alí vino a buscarnos y nos contó una historia sobre los americanos y el juego de pelota.
- Es divertido, se debe de jugar con dos equipos, cada uno con cinco jugadores, en realidad son más, pero con cinco se puede hacer. Le lanzas la bola a un jugador contrario y éste debe golpearla con fuerza con un palo, mientras los otros cuatro la intentan tomar en el aire, el jugador corre en círculo hasta llegar de nuevo a dónde estaba, o algo así.
- ¿Y dónde está lo divertido?- le pregunté.
- Es que es un juego para hombres, en América es el juego favorito de los hombres. Todos lo juegan, hasta las personas importantes.
- A mi me parece divertido- Sentenció Mohamed.
- ¿Y a ti quién te ha dicho que en América la gente se divierte así?
- Un soldado que me enseñó a jugar, estuvo bastante rato conmigo y hasta me regaló una pelota.
- ¡Ah, sí! Demuéstranoslo,
Al instante sacó una pelota blanca con líneas rojas, dura como una piedra.
-Con esto se juega al ves vol.
Durante semanas Alí y Mohamed estuvieron jugando como tontos con la pelota, reunieron a todos los niños del pueblo y corrían horas seguidas sobre los santos inocentes.
Una noche Mohamed me confesó que empezaba a sentirse molesto con Alí, desde que los soldados le obsequiaron la pelota se volvió presumido. No se la quería prestar a nadie, no quería que nadie la golpeara muy fuerte por miedo a que se dañase, y si el equipo contrario a Alí ganaba, se enojaba y se iba, siempre quería hacer un equipo con los mejores, si alguien se negaba, lo sacaba del juego o no jugaba y no jugar significaba que no había más pelota.
Así pasaron días, aunque Mohamed me viniera a decir lo enfadado que estaba con Alí, apenas terminaba con sus deberes, iba corriendo a buscarlo para jugar al ves vol. Hasta que una tarde, después de que acabó el juego y la gente sus trabajos, se escucharon explosiones muy cerca de casa. En la calle, los soldados americanos abrieron fuego contra los soldados kurdos. La guerra empezó de nuevo, sólo que esta vez sería más brutal que nunca.
Nos acostamos en el piso, todos juntos. Mi madre gritaba aterrorizada, mi padre nos decía qué hacer, la abuela rezaba, Mohamed lloraba y yo veía correr a los soldados de un lado a otro. A ratos los disparos cesaban, se escuchaba un silencio pesado, un silencio más cruel que el sonido de las balas. En los ataques, hay momentos en que las detonaciones se dejan de oír, los soldados se esconden, piensan, traman, descansan y, apenas alguno asoma un mechón de cabello, el ejercito contrario descarga un centenar de balas, quizá piensen que de tantas alguna le dará. Cuando esas pausas suceden, el ambiente se hace demasiado tenso, los segundos se alargan una eternidad, como si pudieran estirarse a su gusto, sin importar que el tiempo este establecido.
Los soldados son capaces hasta de herir al propio tiempo.

De alguna forma, la guerra es como jugar a las escondidas.
Silencio. Soldados escondidos, nada que hacer.
Un, dos, tres por el americano que se esconde detrás del árbol. Balazos hasta matarle.
Silencio cruel, de nuevo.
Un, dos, tres por el irakí que se oculta en las sombras. ¡Acabemos con él!
Todos se vuelven a ocultar tras su propio miedo, se escucha un silencio infernal. Nadie quiere respirar, nadie quiere exhalar, hasta una gota de sudor puede ser delatora en este silencio.
El viejo Abdurrahman, desde su casa, emite un ligero sonido, un pequeño sollozo de auxilio o fastidio. Un americano nervioso se precipita.
Abdurrahman murió de una bala en la cabeza.
En las escondidas, siempre alguien pierde.

A la mañana siguiente, Mohamed fue el primero en levantarse, salió de casa y fue por Alí. La gente no se había recuperado del último ataque y ellos ya estaban lanzando la pelota.
Era el turno de Mohamed, tenía que lanzar la piedra americana a una velocidad y con una fuerza precisa para evitar que Alí la golpeara, si lograba hacerlo así tres veces, ganaba un punto, a los diez se declararía el gran victorioso de Du Bes.
Con la pelota entre sus dedos, como si estuviese intentando transmitirle una orden, miraba a Alí sin pestañear. El sudor le resbalaba por la frente lentamente. Cerró los ojos. Aspiró profundamente, hecho el brazo hacia atrás, girando medio cuerpo y en el instante en que iba a soltar la pelota, papá salió enervado de casa.
- ¡Mohamed, por el amor de Dios, quieres venir aquí!- la súbita aparición de mi padre lo desconcertó, lanzó la pelota tan alto que desapareció en el cielo, se fue haciendo cada vez más pequeña, confundiéndose con el claro azul del cielo.
Mi padre regañó a Mohamed como nunca lo había hecho. Lo tomó por un brazo, levantándolo del suelo y, una vez dentro de casa, lo arrojó hacia el otro extremo, golpeándolo sobre el muro, antes de que se levantara, papá lo tumbó a patadas, le golpeaba la espalda, le abrió la boca de una bofetada y le gritó.
- ¿Qué quieres, imbécil, que te mate un balazo? sabes bien que en momentos de guerra, no se puede salir a la calle- y volvió a descargar sobre Mohamed toda su rabia.
De pronto, mientras le golpeaba, empezó a llorar. Jamás había visto a mi padre derramar una sola lágrima, ni cuando el abuelo murió. Volvió a tomar a Mohamed del brazo, lo levantó y le dio un abrazo, escondiendo su rostro dentro de los pequeños hombros de mi hermano, le acarició la cabeza.
- ¡Perdona, hijo! No sabes cuánto los quiero.
- ¡Perdona!
- ¡Perdona!

Después de que Mohamed desapareció, mi padre dejó de trabajar. Ni siquiera permitía que el sol le dé. Una noche, decidió arrastrar una silla al sitio donde Mohamed dormía y no volver a levantarse. Se convirtió en un objeto más de la casa, sentado frente a una pared, dándonos la espalda a todos, internado en la sombra de aquel rincón al que decidió arrebatarle la plenitud del sol. Fumando y sólo eso. Rendido.
He oído a la abuela decirle a mi madre que papá esta volviéndose loco. Se esta alejando del mundo, está cansado de la vida que llevamos, sin rumbo fijo, sin destino seguro. La abuela le dijo a mi madre que papá, ahora, es tan sólo un hombre vacío, muerto.
Me quedé con esa imagen varios días.
Un simple hombre vació.
Mohamed decidió salir de casa el día que papá le pegó. Después de lo que sucedió por la mañana, me dijo, tenía que salir en busca de la pelota, si la encontraba sería suya y ya no de Alí.
- Necesito encontrarla, salió volando hacia el llano.
- ¿Pero es que eres menso?- le pregunté, intentando convencerle de no hacerlo – esa zona está repleta de minas, lo menos que te puede pasar es perder una pierna.
- Ya verás que no pasa nada, también se lo demostraré a papá
- ¿Y si vuelven los balazos esta noche?
- No creo, el padre de Alí dijo que los soldados kurdos se alejaron al monte, seguramente esta noche tramarán cómo atacarlos mañana o después.
- No lo hagas, papá se va a enfadar
- Pues no lo va a saber, a menos que tú le digas. Necesito ir ahora, de noche, porque mientras el sol esté puesto, papá no mes dejará salir de casa.
Mohamed salió por la ventana, con las manos en los bolsillos y la mirada hacia el suelo. Desapareció como la pelota en el cielo, haciéndose cada vez más pequeño, confundiéndose con la oscuridad de la noche.
Unas horas más tarde, del llano se escuchó un terrible estruendo. Me asomé por la ventana y sólo pude ver a los pájaros que, asustados, levantaron el vuelo.
Papá me despertó por la mañana, me preguntó si sabía dónde estaba mi hermano.
- No- le respondí.
Salió a buscarlo y no regresó hasta pasadas tres o cuatro horas. Tenía el rostro desecho, habló con mi madre y la abuela sin que yo pudiera escucharlos. La abuela se acercó a mí y me dijo.
- Mira, mi niña, tu hermano salió cuando todos estábamos dormidos y no ha regresado, sabes bien lo peligroso que es estar en la calle en estos momentos, necesitamos ir a buscarlo, pero tú nos esperarás aquí. No salgas, para nada, hasta que volvamos, si escuchas disparos, escóndete debajo de la mesa.
Yo sabía que Mohamed había ido en busca de la pelota, pero prometí no decirle nada a papá. Además, en esos momentos, yo confiaba en que Mohamed llegaría, tarde o temprano aparecería por la puerta, con la pelota en la mano.
Cuando salieron de casa, nos quedamos Bola y yo. No había nada que hacer, así que decidí enseñarle a jugar a las escondidas, como era difícil que él pudiera esconderse, decidí hacerlo yo. Me metí atrás de los sacos de harina, por un hueco veía como Bola me buscaba, olfateaba por todas partes, pero el muy tonto no daba conmigo. Así pasó hasta que me quedé dormida.
Cuando desperté, Bola estaba tragándose la gallina favorita de la abuela, las demás armaban un alboroto de miedo. Tenía que alzar antes de que alguien llegara. Apenas comencé, escuché voces en la puerta, demasiado tarde, pensé. Corrí a las piernas de papá.
- ¡No le hagas daño! De no haberme quedado dormida no hubiera pasado, pero te juro que no volverá a hacerlo.

A veces creo que cometí un error al no haber mencionado nada sobre la huida de Mohamed, pero hacerlo ahora implicaría que papá se moleste conmigo demasiado, además la verdad no traerá de vuelta a mi hermano. Por otro lado, no estoy muy segura de la causa de la enfermedad de mi papá, tanto puede ser la pura ausencia de Mohamed, como puede serlo que se sienta culpable. Si fuera ésta última, el hecho de confesar le ayudaría, sabría que salió en busca de la pelota y no en protesta a los golpes.
He decidido confesar.

Desde temprano estuve pensando en lo que iba a decirle a mi padre y cómo. No hallaba las palabras y el día transcurrió con demasiada lentitud, cuando la guerra acecha, la gente no sale de sus casas. Estos días tienden a ser tediosamente lentos, largos; es una sensación extraña, pues no sólo son aburridos, sino incómodos, estas fastidiado y temeroso a la vez. Tardó bastante tiempo para que la noche cayera.
Aún no sabía que decirle a mi padre. Estábamos a punto de irnos a la cama y yo seguía sin saber qué hacer. Pensé en ya no confesar. Sin embargo, su salud dependía de aquella confesión, por lo tanto, no había lugar a arrepentimientos ni miedos. Ya había alargado demasiado el momento.
Me acerqué a él, le tomé la mano, me subí a sus piernas, me recosté sobre su pecho, él, en cambio, pareció no percatarse de mi presencia.
- Tengo algo que confesar- le dije, pero ni siquiera me miró.
Me arrepentí en el momento y bajé de su regazo.
En ese momento Du Bes se vio interrumpido por una serie de explosiones, tomamos nuestras posiciones. En la calle, los soldados americanos gritaban no sé que cosas, pero me dieron la impresión de estar asustados, a los soldados kurdos también se les oía, sin embargo, estos parecían un poco más fortalecidos, o menos asustados.
No se si es porque todo el día estuve con los nervios alterados, pero este ataque me pareció más soportable, es decir, pese a que parecía más peligroso, yo me encontraba más confiada a que nada malo sucedería, de pronto recordé a Bola. Llevaba, desde el incidente de la gallina, durmiendo atado fuera de casa. Le reclamé a mi madre por el cruel castigo, no es posible que nosotros no podamos salir a la calle por lo riesgoso que es y él deba correr tal peligro, creo que Bola tiene el mismo derecho a ser protegido por los muros de la casa.
Decidí salir a desatarle. Detrás de mí, la abuela gritaba que no lo hiciera, salió a mis espaldas. Los balazos tronaban a unos cuántos metros, los soldados gritaban, la abuela intentaba meterme a casa y yo desataba a Bola. Cuando por fin lo logré, la abuela me jaló tan fuerte que no pude tomarlo, salió corriendo hacia el llano y yo corrí detrás de él.
Se oyó una detonación tan fuerte que aún resuena en mi interior. Después un silencio espectral, como si el mundo dejara de girar. Me detuve, la abuela ya no gritaba, volteé hacía ella y la observé, tumbada en el piso, un espeso chorro de sangre corría por su vientre, negro como la noche, tan oscuro y denso como el mismo silencio. Fui hacia ella y me recosté entre sus brazos, un calor compasivo se desprendía de su cuerpo, le besé el rostro adornado con dos lágrimas, saboreé el salado sabor del dolor. Cerré los ojos y casi puedo jurar que aquella sensación que compartí con la abuela, se llama tranquilidad.

*Nombre de la guerrilla kurda irakí que en castellano significa: dispuestos a morir

Israel Ahumada
Pamplona, noviembre-diciembre 2007

noviembre 16, 2009

DEMONIOS



Oscar, seducido por la comodidad y el calor de las sábanas, se resiste a poner un pie fuera de la cama, a iniciar un nuevo día. Sólo hay un incentivo más poderoso que el ensueño para activar sus músculos. El agua caliente cayendo sobre su cuerpo. Pero como es costumbre en él, primero abre la llave del agua caliente: que el baño se inunde de vapor, que lo envuelva esa extraña calidez húmeda mientras se rasura frente al espejo.

Este amanecer contenido de placeres, ha evitado que Oscar recuerde la razón por la que cayó anoche, como anestesiado. Sin embargo, esta placidez hedonista será hecha trizas dentro de unos segundos, cuando esa extraña sensación que lo ha venido acosando, cada vez con mayor frecuencia, desde hace ya unos meses, interrumpa su baño: Un rechinido suena. Oscar lo escucha y se aterra. Ahora lo recuerda, anoche sucedió lo mismo. Alguien ha venido por él, lo buscan desde hace tiempo y parece que todo intento por mantenerse oculto ha sido en vano.

Jamás había experimentado tanto miedo.

Para Javier, su hijo, la mañana se le ha presentado igual de armoniosa que a Oscar, al menos en comparación a la noche anterior, cuando tuvo que soportar, una vez más, a su padre fuera de control. Llega a casa después de un paseo en patineta, seguramente Oscar sigue durmiendo o al menos eso supone. La televisión de la cocina está encendida. Busca algo de comer y como ya es costumbre, en su casa no hay nada. Toma un litro de leche del refrigerador y cierra la ventana que tanto rechina. La misma que ha sembrado pánico en Oscar; lo que para él significa su inminente peligro, se trata de la mentada ventana, pero Oscar no lo sabe, por supuesto.

Javier se sienta a disfrutar de su dosis de calcio versión tetra-pack. El desearía que el episodio de anoche no fuera más que una pesadilla. Cada vez es más insoportable, más intolerable la situación de Oscar y, por qué no decirlo, Oscar mismo. Hay ocasiones en las que Javier siente un odio profundo hacia su padre, por orillarlo, sobre todo, a cargar con una responsabilidad que lo agobia, que no lo permite ser. En estos momentos no piensa en eso, ahora sólo añora que su padre se tranquilice, al menos por un tiempo.

Pero las cosas jamás son como esperamos. De una de las recámaras, Javier alcanza a oír un vidrio quebrarse. Oscar está despierto, lo sabe. Y sabe también que no está sólo. Lo acompañan sus fantasmas y demonios ¿porqué carajo tiene que ser así? Se pregunta Javier mientras avanza por el pasillo hacia la recámara. Intenta entrar, pero la puerta está bloqueada. Le pide a su padre que abra. Le aterra la idea de que se haga daño. Sabe que la desesperación es una enfermedad mortal, lo leyó en un libro de Sören Kierkegaard. Insiste en que Oscar le abra, golpea y sacude la puerta, casi con la misma exasperación destructiva que teme obnubile la razón de su padre.

Oscar está atrapado en su telaraña. A decir verdad, lleva ahí meses y difícilmente podrá escapar, la única salida es que la araña inyecte su ponzoña de una vez por todas. Eso, seguro, le garantizaría pasividad. Escucha a Javier del otro lado de la puerta, lo reconoce, pero no puede moverse, sigue oculto tras la cama que colocó a guisa de trinchera en medio del cuarto. En sus momentos de lucidez, se siente avergonzado con su hijo, a él también le gustaría que eso no le sucediera, o al menos que Javier no tuviera que sufrirlo, pero por alguna razón estos miedos inexplicables no se pueden controlar, él no conoce ninguna alternativa, o quizá sí, pero no tiene fe en ninguna.

Un terrible dolor de cabeza lo aqueja ahora, a veces, cuando sus crisis comienzan a atenuarse, siente que la cabeza le va a estallar. Javier, por fin, entra al cuarto. Ve a Oscar de rodillas en el suelo, oculto tras su cama, con las manos presionando su cabeza y con un rictus de dolor verdaderamente preocupante. Corre hacia él y lo sacude de los hombros. Oscar lo mira, Javier comprende que la tempestad ha terminado, por ahora. Lo empuja hacia el suelo y se sienta a su lado. Llora de alivio, de miedo, de coraje y de odio. Golpea a Oscar en la espalda, con un solo puñetazo, pero en él está concentrado un rencor enorme, como un Aleph que almacena a un universo entero.

Javier está, ahora más que nunca, convencido de que es estúpido continuar con esto. No sabe con certeza lo que le sucede a Oscar, pero intuye que la locura no es cuestión de 4 inyecciones. Le parece estar en una situación sin salida, como si intentara estúpidamente salir con vida de arenas movedizas, su destino no parece depararle alegría ni tranquilidad. Sin titubear demasiado, Javier sale de su recámara, donde ha estado alimentando su ira y rencor y avanza por el pasillo hacia la recámara de Oscar, antes de entrar se detiene un momento.

Oscar está tumbado sobre su cama como un niño a quien ha anestesiado el dentista. Javier se pasea por la recámara, se sorprende por la frialdad particular de la habitación, recoge algunas cosas del suelo y restos de lo que hasta ahora había sido un espejo. Se acerca a la cama. Toma una almohada entre sus manos y la mantiene en alto, a la altura del rostro de Oscar. La estruja como si desquitara coraje en ello, pero no hay ningún impulso en Javier por recargar el cojín en la cara de su padre y presionar con todas sus fuerzas, no hay una voluntad verdadera por asesinarlo, aunque la intención aún le cosquillea en la cabeza, la idea de que eso los proveerá de un futuro más pacífico y libre sigue haciendo efervescencia y contraponiéndolo contra aquello que lo detiene. Presiona la almohada entre sus manos. De pronto, la perspectiva de una vida en soledad le asalta, a fin de cuentas, sólo se tienen el uno para el otro. También, si matara a Oscar, en algún momento y de alguna forma habría de pagar su crimen, teme a la oscuridad de un penal, sostiene la almohada, pero ya no con la misma vehemencia, las tortuosas consecuencias del asesinato se van haciendo palpables, se deja caer y golpea a la almohada, se siente ridículo, impotente. Una sensación de vacío comienza a recorrerlo, la misma que lo arrullará durante un buen número de años.

julio 20, 2009

BÚFALO, POR ETGAR KERET

Hasta hace unos días preparaba un texto sobre el Leviatán de Paul Auster para subirlo a esta página, sin embargo, la escuela y el trabajo han sido tan absorventes, que sólo podía trabajar, de manera esporádica, en el carro, camino a mi casa. Lo dejé, tomé Extrañando a Kissinger de Etgar Keret (Tel Aviv, 1967) e inmediatamente, supe que debía escribir algo sobre esos maravillosos universos que significan cada uno de sus cuentos. La perspectiva, en este momento, es complicada, si lo inicio puede que jamás lo termine. Pero como este sitio tiene el objetivo de compartir mis gustos sobre literatura, supuse que no es necesario ser yo quien lo cuente, si puede hacerlo el propio Keret. Así, espero disfruten de la siguiente narración que forma parte del libro Extrañando a Kissinger de Keret, publicado por editorial Sexto Piso.

BÚFALOS

Tengo un amigo que casi es cazador. Es decir, que tiene un rifle de caza, municiones y de todo, que anda mucho por lugares donde hay animales, pero que no le dispara a nada.
-A veces- me dice -soy capaz de seguir a un ciervo o a un zorro durante horas o, incluso, durante días. Y al final, cuando lo alcanzo, me aproximo a él con el viento en contra para que no me huela. Hinco la rodilla en tierra, junto la mejilla a la culata, libero el seguro, lo centro en el visor y... eso es todo. No necesito dispararles para saber que sí puedo -prosigue-, después de eso agarro y, sencillamente, me marcho de allí. Eso es lo que convierte esta actividad, en mi opinión, en un verdadero deporte en lugar de una verdadera matanza.
Es un chico muy raro, ese amigo mío, y que me maten si lo entiendo. Su verdadero sueño consiste en viajar a Estados Unidos y seguir un rebaño de búfalos. Echarse pecho tierra, así, con tranquilidad, y quedarse en su puesto con su rifle especial de cazar búfalos, apuntar a uno solo de ese mar de ellos y decirle ya eres mío, y después hacer lo mismo con otro, y con otro, y con otro más. Sencillamente, extinguir en su cabeza esa especie de la faz de la tierra. La razón por la que les cuento todo esto es porque ayer, cuando fui al Yad-Eliahu con mi novia, a ver el derbi, a mi lado se encontraba sentado un hombre sin afeitar que tenía el aspecto que podría tener un árabe palestino si hubiera nacido asquenazí. El hombre miraba constantemente a las personas que tenía alrededor y mascullaba algo. Fuen tan sólo cuando me fijé en el cañón de la pistola que le asomaba del bolsillo del abrigo cuando comprendí lo que decía. Se limitaba a apuntar con su nueve milímetros parabellum a las distintas personas, liberaba el seguro y se decía a sí mismo en voz baja: Eres hombre muerto, y tú, y tú también. Después de unas cuántas balas, cuando, con discreción, me apuntó también a mí, me esforcé por sonreír tranquilamente y acordarme de mi amigo el de los búfalos. Eres mío, dijo el hombre muy bajito, y me dejó con la sonrisa torcida mientras se detenía a cambiar el cargador. Yo también me detuve. Aspiré una profunda bocanada de aire y, de repente, se me escapó un ronquido extraño de la garganta. No es más que un deporte, me dije intentando tranquilizarme, un deporte que no hace daño a nadie, Pero en mi interior sabía que si se le ocurría intentar dispararle también a mi novia, me levantaría del asiento que tenía asignado en las gradas y, simple y llanamente, le rompería todos los huesos.

abril 06, 2009

UNA CUESTIÓN PERSONAL


La literatura de Kenzaburo Oé goza de una particular virtud: trasladar al lector al fondo del infierno. No un infierno dantesco, alegórico, aquel lúgubre sitio donde las almas de unos cuantos desdichados arden. Me refiero al inframundo en el mundo. Porque de qué otra manera pudiéramos definir nuestra existencia, si no infernal. Pese a la apariencia, no pretendo caer en un pesimismo impuesto, ni mucho menos participar de un nihilismo extendido como epidemia por algunas células contraculturales. Parto del concepto de infierno con que la mitología bíblica ha adoctrinado a la humanidad: el abismo punitivo donde el hombre paga por sus errores.
De este modo, nuestra existencia se convierte en un ardiente caldero donde nos fundimos entre errores, culpas y remordimientos. Habitamos ese abismo donde nuestras decisiones pueden complicarnos aún más la vida, porque no somos lo suficientemente capaces para distinguir el bien del mal. O, bien pensado, el mal es inherente a todo aquello que nos produce gozo, placer, satisfacción ¡Cómo diablos suponen vamos a rechazar esa intensidad en esta única vida¡ Simple. Si no lo haces, te quemas.
Bird, un tipo raro, enclenque pero iracundo, sabe de lo que estoy hablando. Dentro de la insufrible lista de errores que él ha cometido, el primero que salta a la vista es el matrimonio: cansado de su esposa, de soportar a los inquisitivos suegros, del trabajo mecanizado, en fin, del rol de hombre que hasta ahora ha jugado, planea huir a África, el único sitio donde las cosas pueden ser de otra manera. Aquí, hasta este punto, su vida se fractura. Algunos borgianos podrán dejar volar su mente y entretenerse con las bifurcaciones que de aquí se puedan desprender
Mientras visualiza su futuro en medio de la jungla y se regodea de placer al imaginarse en un baile tribal, su esposa está dando a luz a un hijo deficiente, un vástago que condenará a su padre. Lo que continúa, es una cadena interminable de dilemas morales. Una cruel batalla entre presente y futuro, tanto así, que Bird desea y sugiere a los médicos que asesinen al niño. Se reencuentra con Himiko, una vieja amiga de la universidad, con quien vive apasionadas experiencias sexuales. Le propone abandonen todo y se larguen juntos. Al final, como siempre, las cosas resultan de otra manera.
En esta maravillosa novela, Kenzaburo Oé intenta canalizar los pensamientos desagradables, las frustraciones y los tormentos que sufrió por el nacimiento de Hikari, su hijo monstruo, en palabras del propio autor. Narrada con un lenguaje violento, emperifollada con metáforas desconcertantes y adornada con sucesos temibles, Una cuestión personal se convierte en una obra decisiva dentro de la bibliografía del Premio Nóbel.
Sin embargo, la crítica tuvo un serio problema con la manera en que Oé resolvió el final. La historia, como ya he mencionado, es sórdida tanto argumental como dialécticamente, exceptuando el desenlace, donde Bird rechaza sus platonismos personales y acepta a su hijo, a su esposa y a su vida.

…son muchos los que te han criticado por terminar tu novela de un modo brusco y con un final demasiado feliz ¿No crees que, en el fondo, tienen razón? Por mi parte, comprendo que hayas pensado en los sentimientos de Oyu al leer la novela. Sin embargo, tal como dice Asachan, para mejor conseguirlo debieras haber escrito una historia totalmente ficticia, basándote en el poder de tu imaginación. No deberías haber publicado tan pronto una novela basada en experiencias reales. Después de mucho reflexionar, he llegado a la siguiente conclusión: para Oyu y para ti, el nacimiento de vuestro bebé será una carga que acarrearéis toda la vida…

Este es un fragmento de un texto epistolar escrito por Gii -amigo de Kenzaburo Oé- publicado en Cartas a los años de nostalgia, otra verdadera hazaña literaria.
A mi juicio personal, el final es criticable sólo si se conforma uno con lo predescible. En una primer lectura, me dio la impresión de que el autor fue víctima de sus propios prejuicios, que evadió el terror de mirar a su hijo a los ojos y pensar en el bebé muerto de su novela, sin embargo, creo que no pudo haber sido más coherente, creo que no pudo haber escrito un final más pesimista. No hay pesimismo sin esperanza. La añoranza construye los deseos que el hombre persigue, los deseos son inasequibles y de esta forma se crea un círculo vicioso, donde de la esperanza nace la frustración.

abril 05, 2009

ANIMAL TROPICAL


Pedro Juan Gutiérrez nace en Cuba en 1950. Desde pequeño se sometió a los trabajos más cansinos: vendedor de helados, recolector de caña, pescador, proxeneta, traficante, pintor, embaucador, jinetero, periodista, carpintero mientras cumplió una condena de dos años en la cárcel y, en esa suerte de oficios al azar, decidió escribir, tarea que, conscientemente, abandonará para dedicarse a recolectar y vender tomates. A él le importa un carajo el status de escritor, de intelectual, sólo escribe porque de cierta forma tiene algo que contar, pero llegará el momento en que se quede sin palabras y la vida continuará.
En Animal tropical, su segunda obra novelística de tintes autobiográficos, descubrimos la vertiginosa escritura de un cubano cínico, de un hombre que elije desprenderse de lo socialmente correcto y de cualquier ética peligrosa para disfrutar de su libertad. La novela está estructurada en tres capítulos, narrada en primera persona. Pedro Juan, personaje central, nos relata su apasionante relación con Gloria, una mulata inculta, analfabeta, de párvulo ingenio, pero de una lascivia incontrolable; al mismo tiempo, mantiene una relación a distancia con una sueca de mente brillante, con un oficio estable, de intelecto elevado, pero con una sexualidad subyugada, limitada. Él, por su cuenta, intenta escribir una novela que jamás inicia y, probablemente, jamás concluya.
En el primer capítulo, hallamos a un Pedro Juan acostumbrado al caos, al ruido y la suciedad que vivir en La Habana implica. A lo largo de la lectura, vamos descubriendo, tenuemente, a un escritor seductor, Don Juan de los barrios pobres, capaz de acostarse con cualquier mujer en cualquier lugar: las escaleras vomitadas de un solar derruido, un ascensor asfixiante, la azotea de su propio edificio, frente a amigos, vecinos, transeúntes y vouyeristas diletantes de la masturbación.
Nuestro personaje se desenvuelve en un ambiente violento, callejero, donde las artimañas para conseguir un poco de comida, ron, sexo y mariguana son de lo más normal. La vida en la calle, resulta, muchas veces, y paradójicamente, más constructiva que el estilo ascético de las clases medias-altas, al menos a Pedro Juan le ha brindado material suficiente para su obra literaria.

…Ése es mi oficio: revolcador de mierda. A nadie le gusta ¿No se tapan la nariz cuando pasa el camión colector de basura? ¿No ignoran a los barrenderos en las calles, a los sepultureros, a los limpiadores de fosas? ¿No se asquean cuando escuchan la palabra carroña? Por eso tampoco me sonríen y miran a otro lado cuando me ven. Soy un revolcador de mierda. Y no es que busque algo entre la mierda […] Nada busco y nada encuentro. Por tanto, no puedo demostrar que soy un tipo pragmático y socialmente útil. Sólo hago como los niños, cagan y después juegan con su propia mierda.

Evidentemente, Gutiérrez tiene un concepto particular del oficio literario y el arte en general.

El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero. Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra consciencia […] Así nada de paz y tranquilidad. Quien logra el reposo en equilibrio está demasiado cerca de Dios para ser artista.

En el segundo capítulo, Pedro Juan viaja a Suecia para participar en un congreso literario. A él no le interesa eso, pero es una forma de salir de la isla y no gastar dinero. Además, el motivo verdadero está en encontrarse con Agneta, su amante sueca, quien prepara todo para poder estar cerca de él. En Suecia, Pedro Juan vive en un ambiente más allá del reposo. Independientemente de los bellos bosques, la infinitud de los mares fríos y grises, las calles silenciosas y los rostros decaídos de suicidas inminentes, experimenta la soledad; convive con personas que prefieren darle la espalda a la vida, es decir, alejarse de manera ascética de todas aquellas pequeñas intensidades que hacen de nuestra vida un manojo de experiencias y conocimiento. Los tres meses que pasa a lado de Agneta, parecieran ser veinticinco años de un matrimonio infeliz. Ella, preocupada siempre por su trabajo, por comer cereales y beber infusiones de té, por lo que dirá la gente, ha vivido cuarenta años de su vida sin saber lo que significa el gozo. Gutiérrez, hedonista por convicción, se propone inyectar su vida de placer, aunque sólo lo logra en el campo de la sexualidad.
Si analizamos a Gloria y Agneta no como personajes, sino como símbolos, hallamos una percepción del mundo que Gutiérrez percibe y propone de manera magistral. En primer lugar, porque hacerlo a través de personajes que, indiscutiblemente, jamás serán paradigmas y, sin embargo, esbocen de manera tan clara el mensaje es un artificio bastante complicado.
Vivimos inmersos en una sociedad dominada por pensamientos anacrónicos, que han sido superados. Y, sin embargo, esos pensamientos dieron pie a la existencia del nuevo orden. Sigmun Freud, (en alguna ocasión ya había mencionado este ejemplo) habla de la represión sexual y el vacío que trae como consecuencia. Ahora, la vaguedad se experimenta por el exceso de contenido sexual; la frustración no radica en no poder hacerlo, sino que es inasequible.
Hace poco leí, en un folleto de un grupo globalifóbico, que el Sida es una creación del sistema para controlar el impulso sexual y que los medios masivos de comunicación, como herramientas para educar a la población, la aletargan. A mí me resulta absurdo el radicalismo. Lo que sin duda es cierto, es que existe una doble moral malévola en la manera en que reparten la información, la doble moral es la más asqueante y repulsiva repercusión del progresismo y el motor de la familia, la propiedad privada y el estado.
Es de esta moral cochambrosa, dañina, tóxica, de la que Pedro Juan huye. Cansado de que le impongan un modus vivendi, de que le ofrezcan un futuro improbable, que le vendan una ideología, decide guiarse por su instinto, sin importar que tan salvaje sea. Al fin y al cabo, a él le ha facilitado la vida.
Yo no me propongo extender su mensaje, en realidad me importa poco y no pienso perder mi tiempo tocando puertas, como testigo de Jehová, para hacerlo. Pero sin duda hay una gran verdad en todo esto. Los gobiernos cada vez enloquecen más. Escupen desfachateces como el bienestar de la familia, através de la tolerancia, la honestidad, la libertad, todas procesadas con antelación por el filtro de la ética y la moral. Frente a esos mensajes, que aislados son totalmente positivos y sanos, vislumbramos la perversidad, el maquiavelismo y lo retrograda de sus acciones. En la Edad Media, donde la brutalidad de los paganos gobernaba las calles, la beligerancia era, irónicamente, más prudente. No se puede comparar la batalla de Fraga con la Segunda Guerra Mundial, las flechas con la bomba atómica o el armamento químico y biológico; no se puede comparar un enfrentamiento que se ejecutaba en un campo de batalla, con una guerra que llega al patio de tu casa. En esos siglos, las mujeres y niños esperaban a que los hombres llegasen vivos algún día, ahora deben esperar debajo de la mesa porque el techo se puede venir abajo o las balas entrar por las ventanas.
En fin, los aparatos ideológicos del Estado pierden, con insistencia, credibilidad. Juegan con nuestras vidas imponiendo normas de convivencia que de buenas a primeras ellos violan. Me parece razonable que llegue un momento en que nos agotemos, que caigamos en cuenta de que está de por medio nuestra libertad, nuestra vida que, por más que nos pese, es corta y única.

CORRE, CONEJO



Una de las leyendas modernas más difundidas en el mundo es la del hombre que sale de casa en busca de tabaco y jamás vuelve. La tradición oral, como es costumbre, se remite a lo esencial, no resuelve el misterio de su destino, ni hurga en la complejidad de su impulso. Reduce todo esfuerzo por comprenderlo, y lo lleva al extremo más simple: una escuálida moraleja. Es decir, la leyenda predispone un juicio de censura, se avoca, única y exclusivamente, a enjuiciar y calificar la huida, asoma los típicos prejuicios de una doble moral, utilizando a la familia abandonada como su carnada.
Esta leyenda, en apariencia vetusta, data de 1960, producto de la mente transgresora de John Updike, uno de los pendolistas más influyentes en la literatura norteamericana contemporánea. Autor de más de quince novelas, ganador del Premio Pulitzer en dos ocasiones (1982 y 1991), el National Book Critics Circle Award concedido, también, dos veces (1981 y 1990) y el National Book Award (1964).
Updike retrató la vida cotidiana de los Estados Unidos, con la inmanente desolación que guardan sus 50 estrellas. La historia de Harry “Conejo” Angstrom, el hombre que intenta huir de su implacable destino, es, probablemente, el logro literario más importante de la segunda mitad del s. XX en los Estados Unidos. Corre, Conejo es el primer libro de la tetralogía que completan: El regreso de Conejo, Conejo es rico y Conejo en paz.
La novela se construye en tres partes. En cada una Conejo vuelve, pero las desilusiones están atascadas en la medula espinal de su matrimonio, por más que lo intente, Conejo se sabe atrapado. Volver sólo le sirve para confirmar lo ya confirmado y, antes de claudicar ante lo que significaría una vida cargada de tormentos, corre como un verdadero conejo, libre en un bosques de coníferas

…De repente tiene la sensación de que su interior es muy real, un puro espacio en blanco en medio de una densa red […] No sabe qué hacer, adónde ir, qué ocurrirá, la idea de que no lo sabe parece hacerle infinitamente pequeño e imposible de atrapar. Su pequeñez le llena como una vastedad […] Sus manos se alzan por sí solas y nota el viento en las orejas incluso antes de que, con los talones golpeando con fuerza el suelo al principio, pero luego, impulsado sin esfuerzo por una especie de dulce pánico, cada vez más ligero, rápido y silencioso, eche a correr. Ah…, corre, corre.

Para esta novela, Updike decide recurrir a un narrador omnisciente. Este tipo de narradores, que saben todo acerca de los personajes, conocen el pasado y el futuro y, además, tienen el lujo de juzgar las acciones de cada uno, son poco frecuentados en la literatura contemporánea. Implican una desventaja. Mientras que la narración en primera persona permite dar mayor fuerza emocional al texto, es más próximo al lector y convincente, el omnisciente establece cierta distancia entre el lector y la historia, dejándole una libertad que le permite juzgar y reflexionar sobre el personaje.
Otro recurso narrativo al que Updike acude es el pasado histórico. Esta manera de relatar es más propia de las biografías: nace en 1854, decide viajar a… La historia de Conejo sucede en la segunda mitad de los años 50’s, en ella hallamos un contexto histórico que Updike nunca soslaya en sus novelas. Por ejemplo, en la primer parte del libro, Conejo se inquieta por una noticia que escucha por la radio: Los conflictos entre el Tíbet y China, enfrentamiento que actualmente sigue en pie, recordándonos el eterno retorno de lo idéntico. Este tiempo verbal se halla en las obras de Elfriede Jelinek, Premio Nóbel de literatura 2004 y transmite una sensación de continuidad. Los personajes literarios son, de una u otra forma, reflejos de cada uno de nosotros, así, las inquietudes que asaltan a Conejo son las mismas que avasallan nuestra existencia, el poder del pasado histórico es, precisamente, reafirmar un pensamiento propio del ser humano y el que nunca dejará de existir, suponerlo significa nuestro fin.

- La única manera de llegar a alguna parte es saber adónde va uno antes de ponerse en marcha…

Le dice un encargado de gasolinera a Conejo cuando éste le pregunta por el camino sobre el que va, adónde lo lleva y qué hay allí. Este diálogo, que bien podría tomarse como axioma, vaticina el frustrado cometido de Conejo por escapar. Fernando Pessoa decía que fuera el que fuera el camino que siguiéramos, siempre volveríamos al punto de partida. Un laconismo terrorífico. Bastante complejo para llevarlo a obra literaria. Hay ciertos temas que son difíciles de abordar, que parecen no tener un destino favorable. Paul Auster, en La noche del oráculo, intenta escribir, dentro de su novela, una segunda novela sobre el mismo tema, un sujeto que decide dejar todo y nunca regresar, pero al final no concreta esa historia, acepta la dificultad del tema y decide no continuarla. John Updike consigue entregar a la posteridad una obra magistral, supera las complicaciones de tal empresa y coloca su obra al lado de Hamlet, Fausto y Don Quijote.
Al final, cuando uno cierra el libro, no le queda más que preguntarse por su propia vida, el rumbo que ésta tomó o, en algunos, está tomando. Cuántas veces no hemos deseado mandar todo al carajo, salir corriendo por la primera puerta que se nos cruce y entregarnos a la deriva, olvidarnos de las personas que nos rodean y, hasta cierto punto, nos obligan a continuar perpetuando un rol que no deseamos, desprendernos de nuestro pasado y presente, estrujarlo entre nuestras manos y lanzarlo al cubo de basura.

LA PRIMA K





Yasmina Khadra, autor de origen argelino, nace en 1989 de la estoica pluma del general Mohamed Moulessehoul, quien tras seis novelas publicadas se ve obligado a morir, para dar paso al grito sordo del inconformismo. En la Argelia indispuesta de 1989, amenazada por los combates ideológicos, en los que el general Moulessehoul levanta su arma ardiendo de descontento, decide abandonar la literatura vituperada, censurada y reprobada por los islamistas radicales. Moulessehoul tira la pluma y levanta en los aires la escopeta. Ese mismo año, Yasmina Khadra comienza su primera gran novela: El loco del bisturí. Fue en el 2000 cuando se reveló el gran secreto, Moulessehoul ha escrito tras el nombre de Khadra (seudónimo formado por los nombres de su esposa). ¡Aquel que peleó por los intereses que él mismo apostataba! ¡Aquel pobre hombre que tuvo que asesinar a sangre fría para mantener a salvo su pescuezo! ¡Aquel individuo que jamás calló, sólo se ocultó, bajo la sombra del miedo!
Exiliado en Francia, lejos del peligro, Khadra decide incrustar su puño hasta el fondo de las entrañas de Argelia, sin pudor ni remilgo. Acusa a una sociedad corrupta, intransigente, hermética, absurdamente radical, fanática, ausente de libertad, detenida. Cuando queda desvelada la identidad de Khadra la conmoción en Argelia es inaudita. El éxito está a la vuelta de la esquina. Primero pasa una corta temporada en México, viaja y se instala en Aix en Provence, Francia, escribe El escritor, donde narra su vida como escritor dentro del ejército, pronto su literatura será elogiada unánimemente por la crítica internacional.
Entre sus grandes obras hallamos La prima K, una novela bajo el esquema de la nouvelle romain francesa, caracterizada, al igual que el relato o cuento, por el tratado de un suceso único, con un solo efecto y tensión desde la primera línea a la última. La novela, en su concepción convencional, se construye a través de disquisiciones, sucesos que rebasan la tangente, momentos de anticlímax. La nouvelle obedece a una afirmación que Chéjov refirió sobre el cuento, según la cual si en la primera línea del texto aparece un clavo, en la última el protagonista debe ahorcarse de ese clavo.
En esta gran obra Khadra nos entrega un texto cargado de poesía. El personaje dicta sus pensamientos convirtiendo, a su vez, y sin premeditación, al relato en un frasco de aforismos brutales:

...¿porqué perdonar? Desde que el mundo es mundo, el perdón no ha elevado a nadie al rango de sabio, sólo se concede por cobardía o por cálculo…

Es a partir de aquí que el relato se va abriendo como brotes en primavera, tan sutil y delicadamente. Pero a su vez tan cargado de rencor. En este texto nos encontramos con un personaje abatido, negado a la fraternidad, frustrado y abandonado hasta por los rayos del sol. En una mansión de Aduar Atim, nuestro personaje recuerda su infancia, desde el momento en que halla a su padre brutalmente asesinado en el establo. Su madre, una mujer ortodoxa de la clase alta, soslaya su presencia, lo trata como si fuese un objeto más de la casa, y él, ¡tan solo, tan pequeño, tan frágil y ávido! Sólo puede sufrir esa soledad, quisiera saber, al menos, que a ella le incomoda, que le molesta en lo más mínimo, pero su gran dolor es saber que para su madre no existe…

Ignoro porqué he venido al mundo y porqué debo irme. No he pedido nada ni nada tengo para dar. Me limito a ir a la deriva hacia algo que siempre se me escapará…

Yasmina Khadra construye a un personaje inquieto, derrotado, al filo del abismo que significa la soledad. Puede ser una novela filosófica, con una prosa poética, con un personaje altamente funcional para el análisis psicológico, que pone de manifiesto las ignominias de una sociedad retrógrada: la musulmana. En suma, un texto completo, pero lo maravilloso es la diafanidad con que se trata cada uno de estos temas, habitan en las páginas, pero apenas se asoman, conviven sin rozarse, sin hacer aspavientos.
Ítalo Calvino alguna vez dijo:

El milenio que está por terminar vio nacer y expandirse las lenguas modernas de Occidente y las literaturas que han explorado las posibilidades expresivas, cognoscitivas e imaginativas de esas lenguas […] el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar.

Khadra es, quizá, uno de los autores del siglo XXI que han sabido retomar las mejores enseñanzas de aquellas literaturas, mezclarlas, revolverlas como si se tratara de una quiniela, y sacar del sombrero, uno por uno, aquellos papelitos: el romanticismo de los franceses, la psicología de los rusos, el desencanto de los norteamericanos, la belleza oriental…
Esta novela, construida a través del recuerdo, parece avanzar sin rumbo fijo, como la vida misma, como el tiempo que no espera. Parece ser una confesión patética de un hombre que no se explica nada, que ve las luces apagadas sin deseo de encenderlas, pero de pronto todo parece tener una explicación, una razón de ser…el libro lo escribe para expiar su alma asesina, para comprender él mismo el impulso irreversible que lo lleva a asesinar. Por que, por cierto, el texto va de un crimen.
Vivimos una era en la que los aparatos ideológicos están imperados por los medios y la tecnología, en la que el vacío se vive intensamente en cada uno de nosotros. Hemos superado la época en que Freud achacaba la neurosis a la represión sexual, el sexo ahora forma parte del mercado, y esto, en parte, tiene mucho que ver con esa sensación de ansiedad. Pero ahora la histeria se explica por la ausencia de algo en que creer, el hombre se ha convertido en un ser consciente de su abandono, de su calidad de títere, mortal y sin nada que hacer al respecto. En otros términos, la raza humana se ha degradado a producto mercantil, sólo nos hace falta traer un código de barras, una etiqueta que diga dos por uno. La literatura, y el arte en general, intenta encontrar una liberación a estas incertidumbres, no ya una respuesta, pues es consciente de no hallarla, buscarla es perder el tiempo, o la vida, como se quiera entender. Comienzan a surgir hombres cardinales que representan, en sus obras, esta nueva visión del mundo: en cine, por ejemplo, Amat Escalante y Carlos Reygadas han creado una narrativa inquietantemente desolada, un tanto influidos por el neorrealismo italiano, presentan a una sociedad lamentable, deprimente, apáticos, este es el común en el hombre actual, la apatía, el desdén a encontrar lo que de principio se sabe inasequible. Yasmina Khadra, con esta novela, nos coloca frente a un espejo y nos enseña que las esperanzas se revelan como un sofisma.

NUNCA ME ABANDONES


Un decenio puede ser mucho o poco, según se mire. Una licenciatura de diez años, por ejemplo, es agotadoramente larga; pero para Nagasaki, diez años después de la crueldad atómica no era nada. El tormento era recalcitrante como si hubiese pasado un año, incluso unas semanas. Tan grande es el poder del miedo. En esta Nagasaki abatida de 1954, sin embargo, la vida continuaba, y quién iba a pensar que en ese mismo año, en esa tierra castigada por la intransigente beligerancia humana, nacería uno de los más importantes escritores británicos contemporáneos. Así de grande es el poder de la ironía.
Kazuo Ishiguro se trasladó a Inglaterra en 1960, a los cuatro años. Actualmente vive en Londres, es autor de seis novelas, tres de ellas premiadas por prestigiados certámenes internacionales: Pálida luz en las colinas (Premio Winifred Holtby), Un artista del mundo flotante (Premio Whitbread), Los restos del día (Premio Broker, el cual ha sido otorgado, entre otros muchos, a John Banville), esta novela llegó a las pantallas cinematográficas bajo la dirección de James Ivory, y las novelas Los inconsolables, Cuando fuimos huérfanos y Nunca me abandones.
Es ésta última la que no me permite conciliar el sueño con tranquilidad, revolotea a mi alrededor como tercas moscas. Tan grande y profundo es el eco literario. Y, supongo, este debe ser un signo tomado en cuenta para valorar una narración y un autor: el que logre lacerar la moral, despertar la inquietud y avivar la incertidumbre, el que invite a las lágrimas, el lamentar haber terminado su lectura, desear que nunca hubiese un punto final, el que genere un impulso que nos lleva a leerlo una segunda, tercera y más veces, las que sean.
En Nunca me abandones nos enfrentamos a una brutal historia de soledad, de amor, de pasiones, de avaricia; pero, sobre todo, descubrimos, o detectamos, el terror de la temporalidad, la inminente mortalidad. La muerte nos concomita en todo momento, eso es de sobra sabido, pero sentirla respirar sobre nuestra nuca es desconcertante. Sin embargo, de esto no se habla en la novela, solo lo intuimos. Verbigracia de una magistral narrativa.
La novela tiene una capacidad de intriga comparable al Túnel de Sábato o Crimen y castigo de Dostoievsky. Ambas, o mejor dicho las tres, reparten estratégicamente, entre los capítulos, los detalles que al final terminan por resolver la trama. Lo que, sin lugar a dudas, las ha convertido en obras cardinales. Evidentemente, Ishiguro tiene sus peculiaridades, el misterio en él, o al menos en esta obra, nada tiene que ver con un crimen, como en las otras dos, sino que forma parte de la cotidianeidad, nos relata una historia aparentemente ordinaria, en la cual, la intriga es parte de la vida de los personajes, y podría asegurar, de nuestra realidad.
Dividida en tres partes, Nunca me abandones es un texto retrospectivo que Kathy H., personaje principal, narra a finales de la década de los 90’s, en Inglaterra. Con la técnica del flash back, Kathy recuerda sus años en el instituto Hailsham, un horfanatorio en el que pasó su infancia y adolescencia, al lado de Ruth y Tommy. En el colegio recibían clases de arte, literatura y deportes, los profesores (custodios) los motivaban a crear pinturas que después se llevarían a una galería, la cual resulta, más adelante, no existir. En suma, todo parece discurrir en la normalidad, sin embargo, poco a poco vamos descubriendo incógnitas, por ejemplo, ninguno de los alumnos de Hailsham puede procrear, se les suprime toda tentación al tabaco, prohibiendo, incluso, los libros de Sherlock Holmes porque éste fuma exacerbadamente, pero se les invita a practicar sexo, lo cual es atípico en un colegio.
No tardan Kathy y Tommy en entrar a un abismo dubitativo, a cuestionarse por su origen, quiénes son, porqué deben ser las cosas como se les enseña, porqué tienen ya un futuro predestinado y quién lo determinó. Este es el motivo por el cual Kathy escribe, tuvieron que pasar años, hasta que ella tenía 31, para poder comprender muchas cosas:

…Estoy segura de que, al menos en parte, este apremio íntimo por ordenar todos estos viejos recuerdos tiene que ver con ello, con el hecho de estar preparándome para este inminente cambio en mi vida. Lo que realmente pretendía, supongo, era poner en claro las cosas que sucedieron entre Tommy y Ruth y yo después de hacernos mayores y dejar Hailsham. Pero ahora me doy cuenta de que, en gran medida, lo que ocurrió más tarde tuvo su origen en nuestra época en Hailsham, y por eso, antes que nada, quiero examinar detenidamente esos recuerdos tempranos…

Las revelaciones son abrumadoras, los descubrimientos inimaginables.
La novela es una alegoría de la libertad soñada, de nuestra existencia condicionada, aunque muchos apuesten lo contrario. La libertad no radica en poder decidir, por nosotros mismo, el fumarnos un cigarrillo, embriagarnos, acostarnos con cualquier persona, votar por uno u otro partido político. Hasta en aquellos pequeños detalles estamos condicionados, nuestras elecciones están sometidas al consenso general y eso acrecienta nuestras frustraciones. El arte, más explícitamente, responde a esa necesidad humana de libertad y, lamentablemente, se ha ido condicionando con tanta fruslería esnobista. Pero nuestro peor condicionamiento, sin duda alguna, es el fin de nuestras vidas, porque todo lo que en vida hayamos logrado servirá de nada. Al principio dije que diez años puede ser poco o mucho, según se mire, y visto desde la eternidad, ni cien años es demasiado, lo que en vida hagamos sólo sirve para autoengañarnos, para convencernos de que somos felices, y eso, la felicidad es, también, un obstáculo para la libertad absoluta, es decir, la búsqueda de la felicidad se convierte en un condicionamiento. Un poco de esto, aunque en el contexto propio de la historia, lo menciona Kathy en la novela:

-No es sólo eso- dije en voz baja-. Para empezar ¿para qué hacíamos todos esos trabajos artísticos?¿Porqué enseñarnos, y animarnos, y hacernos producir todo aquello? Si lo único que vamos a hacer en la vida es donar, y luego morirnos, ¿para qué todas aquellas clases? ¿Para qué todos aquellos libros y debates?

Esta novela es de una tristeza contagiosa. Estoy absolutamente convencido de que todo en la vida es un azar, que nada esta destinado, y las mejores y peores cosas son casuales. Por lo tanto, el haber tenido en mis manos este libro es una suerte, mi única intención, aquí y ahora, es canalizar las duras revelaciones que me ha brindado.

VEINTE DÍAS CON JULIAN Y CONEJITO

Este es uno de los textos poco frecuentado de Nathaniel Hawthorne (1804-1864). Publicado, por vez primera, en 1932, dentro de un extenso volumen de 800 páginas titulado American Notebooks. Actualmente la editorial española Anagrama lo ha puesto al alcance en un tomo independiente, con una magistral introducción de Paul Auster, lo que me invita a rezar mis impresiones en dos partes.
Auster logra en su introducción algo que muy pocos escritores han hecho al hablar sobre otro libro: alejarse del dogmatismo. Y lo reconoce cuando dice:

…así han llegado hasta nosotros también varias otras visiones de él: como la del Hawthorne aficionado a las alegorías; el Hawthorne maestro de la fabulación romántica; el cronista de la Nueva Inglaterra colonial del siglo XVII, y, muy notablemente, el Hawthorne reimaginado por Borges como precursor de Kafka. Sin duda es posible leer la narrativa de Hawthorne desde cualquiera de estos puntos de vista, pero todavía existe otro Hawthorne que ha sido en cierta medida olvidado, desatendido por la magnitud de sus otros logros: el Hawthorne privado, el garabateador de anécdotas y pensamientos impulsivos, el creador de ideas, el meteorólogo y pintor de paisajes, el viajero, el escritor de cartas, el historiador de la vida cotidiana…

Esta personalidad es la que Auster redescubre. Al hombre detrás de su creación, al ser humano que se levanta por la mañana, con el aliento acartonado, con los sueños aún rondando entre sus cabellos enmarañados; al Hawthorne oculto en la sombra de su desmedido talento. Da la impresión de haberse sumergido en el interior de Hawthorne, habla a través de él, lo convierte en uno de sus personajes y sólo nos recuerda que se trata de un pequeño ensayo introductorio, al reforzar la información con fragmentos del texto, cartas y fotografías. Aún así, esta introducción está estructurada como algunas de sus intensas novelas: La noche del oráculo, por citar un ejemplo, en la que recurre al pie de página como artificio literario; El libro de las ilusiones, donde emprende una biografía motivado por una sonrisa y partiendo de ese hecho o Mr. Vértigo.
Veinte días con Julian y Conejito fue escrito en 1851, durante las tres semanas que Sophie, su esposa, deja el hogar al lado de sus dos hijas, Una y Rose, para visitar a su madre. El único propósito de este texto fue el describir, a guisa de diario, los días que pasaron en soledad Hawthorne y su hijo Julian. Acompañados de un conejo, la mascota del niño. Pero este hábito de eternizar los momentos cotidianos de sus hijos ya lo había emprendido Hawthorne un par de años antes. Apuntaba tanto momentos concretos (juegos, riñas, berrinches, conversaciones, etc.) como datos generales sobre la personalidad de sus hijos. Alguno de estos pasajes ha llevado a la conclusión de que Pearl, personaje de La letra escarlata, se basó en su hija Una.
¿Pero si este texto es únicamente descriptivo, porqué resulta interesante? Es cierto, las páginas de este pequeño diario narran una sucesión de días grises, monótonos y aunque suelen suceder dos o tres acciones que rompen la rutina del despertar, caminar por los campos, comer y dormir, estos carecen de valor dramático. Sin embargo, las descripciones son de una dimensión poética, en alguna ocasión Hawthorne dijo:

…La mejor forma de obtener una impresión y un sentimiento vívidos de un paisaje consiste en sentarse ante él y leer: o dejarse absorber de otra forma por él; porque, entonces, cuando tus ojos se ven atraídos por el paisaje es como si atraparas a la naturaleza de improviso y sin darle tiempo a cambiar su aspecto…Es como si pudieras captar y comprender lo que los árboles se susurran el uno al otro, como si captaras un atisbo de un rostro sin velo, que se protege de cualquier mirada maliciosa…

Este es el método en que el libro fue narrado, son los días cincelados por las montañas, decorados por las plantas, precedidos por las nubes, consolados por el sol y tristes por su ausencia los que invaden de pasión sus vidas.
Sin embargo, podemos intuir un motor dramático, la vida de Conejito. Al inicio del diario, Hawthorne habla de él con perturbadora crueldad:

…allí estaba Conejito, aunque no es demasiado interesante como compañero y me da más trabajo del que vale…Yo me siento fuertemente tentado por el Maligno a asesinarlo a escondidas…

Con los días, acepta no sólo su presencia, sino que muestra preocupación por el animal y deja asomar sentimientos de afecto. Al final de las tres semanas, cuando es ya necesaria la presencia de Sophie y las hermanas de Julian, y éstas están por llegar, Conejito fallece…es como si se cerrase un ciclo y fuera el tímido roedor quien lo determine.
Indiscutiblemente, este texto debe ser rescatado de la fría soledad de los libreros, desempolvado y engullido con pasión. Difícilmente un texto meramente descriptivo alcanza la intensidad de Veinte días con Julian y Conejito, pocas veces un pequeño texto es considerado grande y éste lo es, en voz de Auster, sólo porque la literatura, en sí y por sí misma, da placer.

abril 04, 2009

PARAISOS ICÓNICOS



Gaston Bachelard (1884-1962) inicia su libro La intuición del instante asegurando que el tiempo sólo tiene una realidad: el instante. Todo lo que sucede aquí y ahora se revela como real, lo anterior o sucesivo es cuestionable, inexistente. Sólo del presente tenemos consciencia y la existencia cobra sentido en el instante presente, ese cobrar sentido significa que nada es irrefutable, las cosas existen y nos permean, así como nosotros a ellas.
Dice Bachelard que el instante es soledad, la soledad más desnuda en su valor metafísico; el instante viene solo y no está encadenado al que lo sucede y lo antecede. Ellos no dependen del presente, ni el presente de ellos, porque es único: aquí y ahora. El tiempo es una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas.
Los recuerdos, convocados por un aroma, una melodía o una sensación, se construyen a partir de revivir esa consciencia olvidada, de volver a hacer sólida la existencia de una palabra, de un viaje, de un beso, de un ridículo o de un dolor. Recordar es intentar resucitar un instante, más no vivir un pasado.

El instante que se nos acaba de escapar es la misma muerte inmensa a la que pertenecen los mundos abolidos y los firmamentos extintos. Y, en las propias tinieblas del porvenir, lo ignoto mismo y temible contiene tanto el instante que se nos acerca como los Mundos y los Cielos que se desconocen todavía.

No sólo la soledad es atribuible al instante, que no deja de ser algo abstracto. Nosotros, en nuestra más profunda soledad, nos refugiamos en aquellos instantes que nos han conmovido; entre nuestros huesos y nuestra carne, también aquellos instantes nos conforman como individuos, nos proporcionan historicidad, le dan sentido a nuestras vidas; conforman nuestra soledad y en la brutal monotonía, nos zambuten en la boca una cucharada de nostalgia. Por cierto, llamamos monótona y regular toda evolución que no examinamos con atención apasionada.

Si nuestro corazón fuera lo suficientemente vasto para amar la vida en el detalle, veríamos que todos los instantes son a la vez donadores y expoliadores, y que una novedad joven o trágica, repentina siempre, no deja de reflejar la discontiuidad esencial del tiempo.

La fotografía no sólo nos brinda ese vasto corazón, sino es esa inmensa muerte a donde se va el instante consumado. La fotografía es el evento más importante para los individuos (algunos ni se han enterado), porque permite construir nuestro existir como si fuera un rompecabezas elíptico. No como la realidad virtual (videojuegos, software, mindware) que igual consiste en una necesidad de representar instantes, en este caso son los que aún no llegan y, por eso, es patético.
La fotografía nos permite reconstruir los recuerdos mucho más certeros: en un espacio específico, rodeado de objetos y colores en concreto, con ropas y peinados, en cierta postura y orden preciso. La fotografía es un accesorio para nuestra memoria, una pastilla para la nostalgia, una oportunidad de continuar hablando con quien ya no está a nuestro lado, de poner en calma nuestra consciencia o, en algunos casos, de volverse a arrepentir.
Es, también, un medio de expresión artística. A través de ella podemos recrear imágenes oníricas, metafóricas, alegóricas y simbólicas. Hacer una crítica de la realidad, a partir de puestas en escena, donde el mérito creativo del fotógrafo no es sólo una foto bien expuesta y compuesta, sino su capacidad de ubicarnos en un contexto, pese a lo abstracto de su imagen. De compartir y difundir una idea que, por sí sola, se justifique y se comprenda sin necesidad de rezar un discurso. El instante, en la fotografía artística, no es lo trascendental, sino el mensaje que el espectador pueda recibir al contemplarla y la experiencia estética que logre crear. Sin embargo, el instante en que el fotógrafo dispara el obturador, es exacto, preciso, guiado por su intuición. En este sentido, el instante continúa siendo la materia esencial de la fotografía.
Lo que esté frente al lente, tal y como se encuentre al disparo, será el instante congelado. Por eso la fotografía es un documento certero, auténtico. Un certificado fotoquímico.

…la fotografía es utilizada como documento autentificador por los etnógrafos, antropólogos, periodistas, policías, fiscales y jueces de competiciones deportivas. Y por eso existen fotos indiscretas, mientras que no existen dibujos o pinturas que puedan ser calificadas propiamente de indiscretas.

La virtud de este maravilloso invento radica en que nos permite inmortalizar y conservar instantes precisos, que es exactamente lo que los seres humanos somos, un conjunto de instantes precisos antes de la muerte. Sin embargo, en esta sociedad actual donde lo que impera son los intereses de una elite, la riqueza desbordada de unos cuantos, la implantación de ideologías basura, la alienación de las masas y la abolición de todo lo que alimenta espiritual e intelectualmente a los sujetos, la fotografía ha caído en sucias manos.
Se ha creado, alrededor de ella, un mercado cuyo objetivo es democratizar su uso. Lo que no es tan malo si se tratara sólo de eso, pero el asunto es que comercialmente las cámaras análogas ya no son viables, es cada vez más excesivo su costo, se agota el material, los accesorios para compostura no se encuentran, y revelar e imprimir es igual de caro y poco accesible, la fotografía digital gana terreno. Lo ideal es que no desaparezca la cámara análoga por sustitución de la cámara digital, no porque la fotografía digital no deba tener valor o sea poco artística por ser poco artesanal, al contrario, las fotografías digitales ofrecen perspectivas y texturas bastantes cercanas a la realidad, el problema es que el soporte electrónico y sus softwares no sustituyen al efecto fotoquímico, son dos procesos totalmente distintos, con resultados visuales distintos, por lo tanto, no son lo mismo.

La imagen digital esta formada, en efecto, por un mosaico de pixels (acrónimo de picture elements), puntos luminosos definidos cada uno de ellos por valores numéricos que indican su posición en el espacio de unas coordenadas, su color y su brillo. El pixel constituye una unidad de información, y no una unidad de significación[…] Por consiguiente, si la fotografía es un medio óptico, la imagen digital es un producto anóptico. Esto significa que, a diferencia del fotógrafo tradicional, que actuaba coartado por el determinismo óptico de su cámara, el artista infográfico puede construir su imagen hiperrealista con toda libertad, liberado de la tiranía de los rayos solares…

Si desaparece la fotografía (en el ámbito comercial), seremos testigos de la pérdida de un arte fugaz, aunque siempre exista un grupo de personas que, influidos por los pioneros del S. XIX, instauren sus laboratorios improvisados y construyan sus cámaras con cartón. Para Roman Gubern, mucho más radical, la fotografía digital no constituye una duplicación clónica del mundo, sino, según dice: una forma visual plana y sujeta a carencias perceptivas. Así, su desaparición cobra un cariz aún más fatalista.
Lo cierto es que la imagen digital brinda la oportunidad de manipularla y modificarla al grado de convertir un simple terreno baldío, en una jungla amazónica. Con la exposición fotográfica, se puede hacer una noche en el día, con la impresión también, pero no puedes alterar los colores más allá de su propia gama, se puede yuxtaponer una imagen sobre otra a partir de una doble exposición y obtener imágenes barridas, vertiginosas, con una variación en la velocidad. Sin embargo, con la imagen digital puedes crear espacios totalmente ficticios, iluminarlos, ensombrecerlos a tu gusto, eliminar o aumentar objetos en el cuadro, es decir, crear una imagen desde la nada. Evidentemente esto tiene todo el valor estético y artístico que se merece. Pero una vez más, la intervención de quienes gozan de poder, pervierten su uso.
Se ha utilizado ésta facultad de la imagen digital, para hacer imágenes de ensueño, prototipos humanos y cánones de belleza. La era global ha estado contaminada por una serie de ideas que, los medios de comunicación, empujados por los Estados, bombardean a diario en cualquier sitio, y una de las maneras más sencillas de acceder a la psique de los débiles, es con las imágenes, nunca cuestionables, veraces, contundentes y concretas ¿porqué? Justo porque la fotografía, como se mencionó antes, constituye un certificado fotoquímico, un documento autentificador. Sin embargo, ahora las imágenes publicitarias, del marketing político, de sociedades, del espectáculo y hasta nota roja y pornografía, están manipuladas para acrecentar el morbo, para crear deseos y necesidades, para vender, convencer, someter y hasta para callar.

…la cantidad desborda a la calidad, hasta el punto de que la actual proliferación de imágenes mediáticas tienden a devaluar a los sujetos, que muchas veces son menos llamativos e imponentes que ellas: es el caso de las modelos publicitarias comparadas con las amas de casa corrientes.


El efecto masivo es desastroso: Frustraciones constantes que llevan a la mutilación o deformación del cuerpo, la necesidad de acrecentar los bienes materiales por inútiles que sean, la sobrevaloración de ideas absurdas y banales; las aspiraciones más lejanas son la fama y el éxito, el reconocimiento social y, en su lugar, la desintegración de la sociedad, una soledad constante, depresiva e insatisfacción por el modo y nivel de vida.
Pareciera que ese idilio por conservar y preservar un instante, estuviese ahora bastante lejano, la plétora de imágenes nos hace apreciarlas cada vez menos, ya no hay una necesidad de contemplación, sino que su inmediatez nos aleja de su aspecto artístico. Como sociedad somos cada vez menos emotivos, sensitivos y solidarios.
Todos aquellos que utilizan la fotografía o cualquier medio audiovisual como canal de expresión, no deben hacerlo en perjuicio de la moral de un sujeto o una sociedad, sino en función de crear y brindar las herramientas para una crítica, una toma de consciencia y generar un interés por los aspectos espirituales y artísticos, volver a sentir, como sociedad, aquel impulso por crear y preservar nuestras propias creaciones y, no como hacen unos cuantos, decirle a la sociedad que está hundida y ofrecerles lo mismo.