diciembre 11, 2009

REFUGIOS

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Hoy amaneció todo con tristeza. El sol oculto tras las turgentes nubes grises. El viento va de un lado a otro, como si estuviese perdido en medio de un gran vacío. Desde la ventana de mi recámara, sólo el cielo, los muros y las sombras se contemplan. Pareciera una inmensa obra viva de mono-ha, aunque en la evocación difiere, ésta transmite una quietud aparente, pues la concomita un aroma de nostalgia y de tensión un dejo.

Por las paredes de mi casa se filtra la intimidad de mi vecino que, con un free jazz, destroza al mutismo doliente. Lo imagino con su pipa, aspirando ininterrumpidamente, sorbiendo, de vez en cuando, un seco whisky o un París de noche. Quizá esté detenido en el marco de su ventana, sumido en introspecciones. Me pregunto quién será el que desenvuelve esas hermosas síncopas. Sea quien sea, mantiene una atonalidad abstracta casi surrealista.

El día parece decaer más mientras escribo, una leve llovizna golpea las copas de los árboles, vilipendiando al silencio de nuevo. Pese a los esfuerzos de soslayar la melancolía ambiental, mi vecino y yo nos perdemos en la vaguedad, el afligido y cansado tiempo nos sigue devorando, mientras la lluvia cae sobre las calles vacías.

Israel Ahumada
Octubre 2007, México

1 comentario:

Gavilán Pollero dijo...

la intimidad de mis vecinos se filtra a través de mi pared pero ellos no escuchan jazz, suben y bajan escaleras con tacones, yo supongo que para probarlos.