abril 05, 2009

CORRE, CONEJO



Una de las leyendas modernas más difundidas en el mundo es la del hombre que sale de casa en busca de tabaco y jamás vuelve. La tradición oral, como es costumbre, se remite a lo esencial, no resuelve el misterio de su destino, ni hurga en la complejidad de su impulso. Reduce todo esfuerzo por comprenderlo, y lo lleva al extremo más simple: una escuálida moraleja. Es decir, la leyenda predispone un juicio de censura, se avoca, única y exclusivamente, a enjuiciar y calificar la huida, asoma los típicos prejuicios de una doble moral, utilizando a la familia abandonada como su carnada.
Esta leyenda, en apariencia vetusta, data de 1960, producto de la mente transgresora de John Updike, uno de los pendolistas más influyentes en la literatura norteamericana contemporánea. Autor de más de quince novelas, ganador del Premio Pulitzer en dos ocasiones (1982 y 1991), el National Book Critics Circle Award concedido, también, dos veces (1981 y 1990) y el National Book Award (1964).
Updike retrató la vida cotidiana de los Estados Unidos, con la inmanente desolación que guardan sus 50 estrellas. La historia de Harry “Conejo” Angstrom, el hombre que intenta huir de su implacable destino, es, probablemente, el logro literario más importante de la segunda mitad del s. XX en los Estados Unidos. Corre, Conejo es el primer libro de la tetralogía que completan: El regreso de Conejo, Conejo es rico y Conejo en paz.
La novela se construye en tres partes. En cada una Conejo vuelve, pero las desilusiones están atascadas en la medula espinal de su matrimonio, por más que lo intente, Conejo se sabe atrapado. Volver sólo le sirve para confirmar lo ya confirmado y, antes de claudicar ante lo que significaría una vida cargada de tormentos, corre como un verdadero conejo, libre en un bosques de coníferas

…De repente tiene la sensación de que su interior es muy real, un puro espacio en blanco en medio de una densa red […] No sabe qué hacer, adónde ir, qué ocurrirá, la idea de que no lo sabe parece hacerle infinitamente pequeño e imposible de atrapar. Su pequeñez le llena como una vastedad […] Sus manos se alzan por sí solas y nota el viento en las orejas incluso antes de que, con los talones golpeando con fuerza el suelo al principio, pero luego, impulsado sin esfuerzo por una especie de dulce pánico, cada vez más ligero, rápido y silencioso, eche a correr. Ah…, corre, corre.

Para esta novela, Updike decide recurrir a un narrador omnisciente. Este tipo de narradores, que saben todo acerca de los personajes, conocen el pasado y el futuro y, además, tienen el lujo de juzgar las acciones de cada uno, son poco frecuentados en la literatura contemporánea. Implican una desventaja. Mientras que la narración en primera persona permite dar mayor fuerza emocional al texto, es más próximo al lector y convincente, el omnisciente establece cierta distancia entre el lector y la historia, dejándole una libertad que le permite juzgar y reflexionar sobre el personaje.
Otro recurso narrativo al que Updike acude es el pasado histórico. Esta manera de relatar es más propia de las biografías: nace en 1854, decide viajar a… La historia de Conejo sucede en la segunda mitad de los años 50’s, en ella hallamos un contexto histórico que Updike nunca soslaya en sus novelas. Por ejemplo, en la primer parte del libro, Conejo se inquieta por una noticia que escucha por la radio: Los conflictos entre el Tíbet y China, enfrentamiento que actualmente sigue en pie, recordándonos el eterno retorno de lo idéntico. Este tiempo verbal se halla en las obras de Elfriede Jelinek, Premio Nóbel de literatura 2004 y transmite una sensación de continuidad. Los personajes literarios son, de una u otra forma, reflejos de cada uno de nosotros, así, las inquietudes que asaltan a Conejo son las mismas que avasallan nuestra existencia, el poder del pasado histórico es, precisamente, reafirmar un pensamiento propio del ser humano y el que nunca dejará de existir, suponerlo significa nuestro fin.

- La única manera de llegar a alguna parte es saber adónde va uno antes de ponerse en marcha…

Le dice un encargado de gasolinera a Conejo cuando éste le pregunta por el camino sobre el que va, adónde lo lleva y qué hay allí. Este diálogo, que bien podría tomarse como axioma, vaticina el frustrado cometido de Conejo por escapar. Fernando Pessoa decía que fuera el que fuera el camino que siguiéramos, siempre volveríamos al punto de partida. Un laconismo terrorífico. Bastante complejo para llevarlo a obra literaria. Hay ciertos temas que son difíciles de abordar, que parecen no tener un destino favorable. Paul Auster, en La noche del oráculo, intenta escribir, dentro de su novela, una segunda novela sobre el mismo tema, un sujeto que decide dejar todo y nunca regresar, pero al final no concreta esa historia, acepta la dificultad del tema y decide no continuarla. John Updike consigue entregar a la posteridad una obra magistral, supera las complicaciones de tal empresa y coloca su obra al lado de Hamlet, Fausto y Don Quijote.
Al final, cuando uno cierra el libro, no le queda más que preguntarse por su propia vida, el rumbo que ésta tomó o, en algunos, está tomando. Cuántas veces no hemos deseado mandar todo al carajo, salir corriendo por la primera puerta que se nos cruce y entregarnos a la deriva, olvidarnos de las personas que nos rodean y, hasta cierto punto, nos obligan a continuar perpetuando un rol que no deseamos, desprendernos de nuestro pasado y presente, estrujarlo entre nuestras manos y lanzarlo al cubo de basura.

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