abril 05, 2009

ANIMAL TROPICAL


Pedro Juan Gutiérrez nace en Cuba en 1950. Desde pequeño se sometió a los trabajos más cansinos: vendedor de helados, recolector de caña, pescador, proxeneta, traficante, pintor, embaucador, jinetero, periodista, carpintero mientras cumplió una condena de dos años en la cárcel y, en esa suerte de oficios al azar, decidió escribir, tarea que, conscientemente, abandonará para dedicarse a recolectar y vender tomates. A él le importa un carajo el status de escritor, de intelectual, sólo escribe porque de cierta forma tiene algo que contar, pero llegará el momento en que se quede sin palabras y la vida continuará.
En Animal tropical, su segunda obra novelística de tintes autobiográficos, descubrimos la vertiginosa escritura de un cubano cínico, de un hombre que elije desprenderse de lo socialmente correcto y de cualquier ética peligrosa para disfrutar de su libertad. La novela está estructurada en tres capítulos, narrada en primera persona. Pedro Juan, personaje central, nos relata su apasionante relación con Gloria, una mulata inculta, analfabeta, de párvulo ingenio, pero de una lascivia incontrolable; al mismo tiempo, mantiene una relación a distancia con una sueca de mente brillante, con un oficio estable, de intelecto elevado, pero con una sexualidad subyugada, limitada. Él, por su cuenta, intenta escribir una novela que jamás inicia y, probablemente, jamás concluya.
En el primer capítulo, hallamos a un Pedro Juan acostumbrado al caos, al ruido y la suciedad que vivir en La Habana implica. A lo largo de la lectura, vamos descubriendo, tenuemente, a un escritor seductor, Don Juan de los barrios pobres, capaz de acostarse con cualquier mujer en cualquier lugar: las escaleras vomitadas de un solar derruido, un ascensor asfixiante, la azotea de su propio edificio, frente a amigos, vecinos, transeúntes y vouyeristas diletantes de la masturbación.
Nuestro personaje se desenvuelve en un ambiente violento, callejero, donde las artimañas para conseguir un poco de comida, ron, sexo y mariguana son de lo más normal. La vida en la calle, resulta, muchas veces, y paradójicamente, más constructiva que el estilo ascético de las clases medias-altas, al menos a Pedro Juan le ha brindado material suficiente para su obra literaria.

…Ése es mi oficio: revolcador de mierda. A nadie le gusta ¿No se tapan la nariz cuando pasa el camión colector de basura? ¿No ignoran a los barrenderos en las calles, a los sepultureros, a los limpiadores de fosas? ¿No se asquean cuando escuchan la palabra carroña? Por eso tampoco me sonríen y miran a otro lado cuando me ven. Soy un revolcador de mierda. Y no es que busque algo entre la mierda […] Nada busco y nada encuentro. Por tanto, no puedo demostrar que soy un tipo pragmático y socialmente útil. Sólo hago como los niños, cagan y después juegan con su propia mierda.

Evidentemente, Gutiérrez tiene un concepto particular del oficio literario y el arte en general.

El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero. Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra consciencia […] Así nada de paz y tranquilidad. Quien logra el reposo en equilibrio está demasiado cerca de Dios para ser artista.

En el segundo capítulo, Pedro Juan viaja a Suecia para participar en un congreso literario. A él no le interesa eso, pero es una forma de salir de la isla y no gastar dinero. Además, el motivo verdadero está en encontrarse con Agneta, su amante sueca, quien prepara todo para poder estar cerca de él. En Suecia, Pedro Juan vive en un ambiente más allá del reposo. Independientemente de los bellos bosques, la infinitud de los mares fríos y grises, las calles silenciosas y los rostros decaídos de suicidas inminentes, experimenta la soledad; convive con personas que prefieren darle la espalda a la vida, es decir, alejarse de manera ascética de todas aquellas pequeñas intensidades que hacen de nuestra vida un manojo de experiencias y conocimiento. Los tres meses que pasa a lado de Agneta, parecieran ser veinticinco años de un matrimonio infeliz. Ella, preocupada siempre por su trabajo, por comer cereales y beber infusiones de té, por lo que dirá la gente, ha vivido cuarenta años de su vida sin saber lo que significa el gozo. Gutiérrez, hedonista por convicción, se propone inyectar su vida de placer, aunque sólo lo logra en el campo de la sexualidad.
Si analizamos a Gloria y Agneta no como personajes, sino como símbolos, hallamos una percepción del mundo que Gutiérrez percibe y propone de manera magistral. En primer lugar, porque hacerlo a través de personajes que, indiscutiblemente, jamás serán paradigmas y, sin embargo, esbocen de manera tan clara el mensaje es un artificio bastante complicado.
Vivimos inmersos en una sociedad dominada por pensamientos anacrónicos, que han sido superados. Y, sin embargo, esos pensamientos dieron pie a la existencia del nuevo orden. Sigmun Freud, (en alguna ocasión ya había mencionado este ejemplo) habla de la represión sexual y el vacío que trae como consecuencia. Ahora, la vaguedad se experimenta por el exceso de contenido sexual; la frustración no radica en no poder hacerlo, sino que es inasequible.
Hace poco leí, en un folleto de un grupo globalifóbico, que el Sida es una creación del sistema para controlar el impulso sexual y que los medios masivos de comunicación, como herramientas para educar a la población, la aletargan. A mí me resulta absurdo el radicalismo. Lo que sin duda es cierto, es que existe una doble moral malévola en la manera en que reparten la información, la doble moral es la más asqueante y repulsiva repercusión del progresismo y el motor de la familia, la propiedad privada y el estado.
Es de esta moral cochambrosa, dañina, tóxica, de la que Pedro Juan huye. Cansado de que le impongan un modus vivendi, de que le ofrezcan un futuro improbable, que le vendan una ideología, decide guiarse por su instinto, sin importar que tan salvaje sea. Al fin y al cabo, a él le ha facilitado la vida.
Yo no me propongo extender su mensaje, en realidad me importa poco y no pienso perder mi tiempo tocando puertas, como testigo de Jehová, para hacerlo. Pero sin duda hay una gran verdad en todo esto. Los gobiernos cada vez enloquecen más. Escupen desfachateces como el bienestar de la familia, através de la tolerancia, la honestidad, la libertad, todas procesadas con antelación por el filtro de la ética y la moral. Frente a esos mensajes, que aislados son totalmente positivos y sanos, vislumbramos la perversidad, el maquiavelismo y lo retrograda de sus acciones. En la Edad Media, donde la brutalidad de los paganos gobernaba las calles, la beligerancia era, irónicamente, más prudente. No se puede comparar la batalla de Fraga con la Segunda Guerra Mundial, las flechas con la bomba atómica o el armamento químico y biológico; no se puede comparar un enfrentamiento que se ejecutaba en un campo de batalla, con una guerra que llega al patio de tu casa. En esos siglos, las mujeres y niños esperaban a que los hombres llegasen vivos algún día, ahora deben esperar debajo de la mesa porque el techo se puede venir abajo o las balas entrar por las ventanas.
En fin, los aparatos ideológicos del Estado pierden, con insistencia, credibilidad. Juegan con nuestras vidas imponiendo normas de convivencia que de buenas a primeras ellos violan. Me parece razonable que llegue un momento en que nos agotemos, que caigamos en cuenta de que está de por medio nuestra libertad, nuestra vida que, por más que nos pese, es corta y única.

1 comentario:

B.B.B king dijo...

Presta el libro... escríbeme un guión...
;)