
Vamos de vuelta a mi casa después de haber estado trabajando como cerdos bajo el sol. Mi hermano al volante, como siempre. Hace días que la radio del coche no funciona, al parecer hay un falso en la bocina porque suena cuando le da su regalada gana. El viaje es una tortura sin música, dice mi hermano y eso lo pone de mal humor. Viene mentándose la madre con todos los automovilistas y acelerando para que ningún coche consiga adelantarlo, es absurdo, pues está lloviendo tan fuerte que ningún auto avanza más de tres metros.
A mí, la verdad, me importa un pito si suena o no música. Siempre traigo un libro en la guantera. Enciendo la lucecilla del carro, me recuesto en el asiento y ya está, es como si penetrara en un mundo ajeno sin necesidad de moverme del asiento. Pero hoy no logro conseguirlo. Abro el libro de Etgar Keret, leo el título de uno de los cuentos: Mi hermano está deprimido y, aparte de eso, ninguna palabra es procesada por mi débil cerebro. Estoy pensando intensamente en ti, y aún así, vengo con la mirada fija en esa cantidad de palabras que mis ojos, en una suerte de lector de barras, consiguen registrar.
Estoy pensando en que pude haberte dicho lo mucho que te amo, que soy un imbécil por no haberte detenido en la puerta de tu casa antes de que entraras y tragarte a besos, que algún día te aburrirás de mi poco ingenio y me mandarás al diablo con una sonrisa maliciosa y pienso que cuando eso suceda, me volaré la cabeza para que te sientas culpable.
Ha dejado de llover. Mi hermano baja la ventanilla del auto, así será más sencillo recordarle a los demás conductores que son unos hijos de puta.
Pienso que sería excelente escribir un cuento sobre ti, uno que te dejara boquiabierta, uno que sintetizara todas aquellas cosas que siento por ti y que, simplemente, no puedo decirte a los ojos. No por cobarde, sino porque aún no comprendo del todo nuestra relación, porque no te has cansado de decirme que sería un grave error enamorarnos, y yo, como siempre, el más estúpido, caí tendido, como rebelde en el paredón, a tus pies. Pienso que mañana será diferente, llegaré y te tomaré por la cintura, acercaré tu cuerpo al mío, mi rostro al tuyo, para sentir el cálido aliento penetrar por nuestras narices y te diré que te amo tanto que por mí pueden irse al carajo todos los demás. Pienso en estas cosas y me pongo contento, pero la verdad es que son los mismos pensamientos de todas las noches.
Mi hermano viene en el carril central, el embotellamiento se ha aligerado después de la tempestad. De pronto, un auto pasa justo al lado nuestro, viene como propulsado, de hecho, no alcanzo a verlo, sólo escucho el gruñido del motor y veo el agua del charco levantarse como un tsunami, entrar por la ventanilla de mi hermano y empaparlo hasta las rodillas. Acelera, intenta alcanzarlo mientras despotrica madre y media y en cuanto logra emparejarse, parece comprender todo. Sube la ventanilla, baja la velocidad y se queda en total silencio.